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Los escribas de Jerusalén y la familia de Jesús


Al comienzo del evangelio de San Marcos, se establecen tres grupos de personas: la multitud, las gentes adversas a Jesús, y Él mismo con sus discípulos. En el tercer capítulo la atención recae en este último grupo, cuando el Maestro erige el colegio de los Doce. Los selecciona para que estén con él y para que realicen sus obras: para que prediquen y curen, para asociarlos a su misión.
Pero inmediatamente después de la elección y nombramiento de los Doce, aparece un doble contratiempo: en primer lugar, por parte de los parientes de Jesús, quienes pensaban que estaba loco; y luego, a causa de los escribas, que lo acusaban de estar endemoniado.  
Llega a casa y de nuevo se junta tanta gente que no los dejaban ni comer. Ya había cultivado un prestigio notable en aquel poblado de Cafarnaún, reunía pequeñas multitudes, el trabajo abundaba, hasta el punto de afectar el justo descanso en la casa de Pedro.
Sin embargo, sus familiares no comprendieron lo que le estaba sucediendo: Al enterarse su familia, vinieron a llevárselo, porque se decía que estaba fuera de sí. Decidieron arrestarlo (la traducción de este verbo es muy fuerte, pero es el mismo que se utiliza para el encarcelamiento de Juan Bautista y el prendimiento del mismo Jesús en el capítulo 14).
En este contexto polémico, san Marcos intercala otra contrariedad de mayor envergadura: la controversia con los escribas que habían bajado de Jerusalén (y que) decían: “Tiene dentro a Belzebú y expulsa a los demonios con el poder del jefe de los demonios”. Llama la atención que se le aplique al ángel malo el nombre de una divinidad cananea (Baal, el príncipe o señor de la morada, aunque también se le conoce como señor de la suciedad o de las moscas), lo que permite interpretar que el diablo está detrás de muchas religiosidades paganas. También es significativo que los escribas le achacaron a Jesús la acusación de que estaba endemoniado y que obraba en virtud del poder maligno, una imputación que entrañaba la amenaza velada de la pena de muerte.
Apenas estamos comenzando la actividad apostólica del Maestro y la sombra de la Cruz empieza a planear sobre su labor. Adversidades de los más cercanos, persecuciones de las autoridades centrales, que enviaron una comisión desde Jerusalén para acosarlo con un cargo muy grave. Es una enseñanza de Marcos para los lectores de su Evangelio, jóvenes catecúmenos, que debían estar dispuestos a cargar con la oposición de los enemigos del mensaje de Jesús. Lo mismo que ocurre ahora, cuando los que quieren seguir de cerca al Maestro deben estar prontos a padecer burlas, críticas, e incluso acosos laborales o mediáticos.
Jesús acogió la contradicción de frente, no rehuyó el diálogo, sino que los invitó a acercarse y les hablaba en parábolas. Además, les respondió con un argumento lógico: ¿Cómo va a echar Satanás a Satanás? Más adelante añadió un par de comparaciones: Un reino dividido internamente no puede subsistir; una familia dividida no puede subsistir. En conclusión: Si Satanás se rebela contra sí mismo, para hacerse la guerra, no puede subsistir, está perdido.
Es decir, Jesucristo no solo no era un emisario de Satanás, sino que era alguien más poderoso que él. Es más: los exorcismos constituían el inicio del triunfo del reino de Dios, la atadura del hasta entonces considerado poderoso enemigo: Nadie puede meterse en casa de un hombre forzudo para arramblar con su ajuar, si primero no lo ata; entonces podrá arramblar con la casa.
De paso, les reprochó su actitud mientras les enseñó que atacarlo a él era una blasfemia, un pecado contra el Espíritu Santo. Esa será la principal acusación que ellos utilizarán después contra Jesús, pero desde el comienzo Él les aclaró que ese, precisamente, sería su mayor pecado: rechazar al enviado del Padre, al que les dejaría su Espíritu. Léonard resume esta falta diciendo que consiste en “confundir lo que procede de Dios con lo que procede de Satanás”. Por eso es un pecado tan grave, porque va contra el Espíritu: En verdad les digo, todo se les podrá perdonar a los hombres: los pecados y cualquier blasfemia que digan; pero el que blasfeme contra el Espíritu Santo no tendrá perdón jamás, cargará con su pecado para siempre. 
La liturgia del décimo domingo confronta este pasaje con el relato del Edén tras el pecado original, en el que aparece el designio divino sobre el demonio (Gen 3, 9-15). El Señor reprende a Adán y a Eva por su pecado, pero en ese contexto de reconvención queda espacio para una promesa de misericordia, el primer anuncio de la victoria de Cristo sobre el demonio y el pecado:
El Señor Dios dijo a la serpiente: “Por haber hecho eso, maldita tú entre todo el ganado y todas las fieras del campo; te arrastrarás sobre el vientre y comerás polvo toda tu vida; pongo hostilidad entre ti y la mujer, entre tu descendencia y su descendencia; esta te aplastará la cabeza cuando tú la hieras en el talón”.
El Catecismo (nn. 410-411) comenta que
Este pasaje del Génesis ha sido llamado "Protoevangelio", por ser el primer anuncio del Mesías redentor, anuncio de un combate entre la serpiente y la Mujer, y de la victoria final de un descendiente de ésta. La tradición cristiana ve en este pasaje un anuncio del "nuevo Adán" que, por su "obediencia hasta la muerte en la Cruz" repara con sobreabundancia la descendencia de Adán.
El hilo conductor de las lecturas del domingo X podría resumirse así: Adán y Eva desobedecieron al Señor instigados por el diablo, y Jesús redimió ese pecado al cumplir la voluntad del Padre, obedeciendo hasta la muerte en la Cruz. Por esa razón, la liturgia añade el salmo 130, que alaba al Señor por su misericordia: 
Si llevas cuenta de los delitos, Señor, ¿quién podrá resistir? Pero de ti procede el perdón. Mi alma espera en el Señor, espera en su palabra; mi alma aguarda al Señor, más que el centinela la aurora; porque del Señor viene la misericordia, la redención copiosa.
Regresemos al relato de san Marcos. Después del enfrentamiento con los escribas, a los que Jesús acusó de pecar contra el Espíritu Santo, el evangelista concluye la escena de la hostilidad por parte de los parientes del Señor: 
Llegan su madre y sus hermanos y, desde fuera, lo mandaron llamar. La gente que tenía sentada alrededor le dice: “Mira, tu madre y tus hermanos y tus hermanas están fuera y te buscan”. Él les pregunta: “¿Quiénes son mi madre y mis hermanos?”. Y mirando a los que estaban sentados alrededor, dice: “Estos son mi madre y mis hermanos. El que haga la voluntad de Dios, ese es mi hermano y mi hermana y mi madre”.
Jesús explica que la afinidad biológica no sirve, si no se acompaña del cumplimiento de la voluntad de Dios. La clave es seguir su propio ejemplo, que obedeció al Padre hasta la muerte en el madero. Como lo hizo María, la madre anunciada en el Protoevangelio, a la que por eso Jesús llama de esa manera: Mujer (¿Qué nos va a ti y a mí?, antes de hacer su primer milagro; Ahí tienes a tu hijo, antes de morir en el Calvario). Por esa razón pedimos en la oración colecta: “Concédenos pensar lo que es recto y cumplirlo con tu ayuda”.  
Pongamos de intercesora a la Madre de Jesús, para que su Hijo pueda decir de nosotros, como de Ella, que el que hace la voluntad de Dios, ese es mi hermano y mi hermana y mi madre.

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