San Marcos, en
su estilo directo y gráfico, enseña desde el primer momento cuál era el talante
de Jesús: lo muestra como un predicador exigente y polémico. Antes de narrar los
primeros milagros, aparece el Señor en la sinagoga haciendo los primeros pasos con
su grupo de discípulos (Mc 1,21-28): Y entran
en Cafarnaún y, al sábado siguiente, entra en la sinagoga a enseñar; estaban asombrados
de su enseñanza, porque les enseñaba con autoridad y no como los escribas.
Es significativo
que la liturgia (domingo IV-B) relaciona este pasaje con el capítulo 18 del Deuteronomio,
en el que Moisés promete al pueblo un nuevo profeta: El Señor, tu Dios, te suscitará de entre los tuyos, de entre tus hermanos,
un profeta como yo. Con esta promesa comienza Benedicto XVI su libro sobre Jesús
de Nazaret. Llama la atención que Dios no promete un nuevo rey, como David,
sino un nuevo profeta, al estilo de Moisés.
El papa
alemán expone el contexto en el que se anuncia esa promesa: en medio de un
ambiente agorero, que buscaba adivinar el futuro a través de magos y brujas —como
siguen haciendo, tantos siglos después, cantidades de personas en todo el
mundo—. Por eso, antes de la promesa del profeta, el Señor anuncia una
prohibición: no haya entre los tuyos vaticinadores,
ni astrólogos, ni agoreros, ni hechiceros, ni encantadores, ni espiritistas, ni
adivinos, ni nigromantes; porque el que practica eso es abominable para el Señor.
La
conclusión es clara, según el mismo autor: frente al deseo de conocer el futuro
a través de los adivinos, Dios invita al camino de la fe que supone escuchar al
profeta. Después de comprobar que la tierra prometida no era la salvación definitiva,
el Señor promete la liberación verdadera, el éxodo más radical, que exige un nuevo
Moisés.
¿Y cuál es
la característica más importante de ese sucesor del patriarca hebreo? —Para
algunos teólogos, especialmente de la antigua teología de la liberación, sería
su capacidad política de guiar a un pueblo, de enfrentar a los opresores, de
ser un modelo para el dirigente guerrillero. Pero no es ese el rasgo distintivo
que señala el Deuteronomio. La peculiaridad esencial de Moisés no es el liderazgo,
ni los portentos a favor de su pueblo: es la oración, que él contemplaba la
figura del Señor y que podía hablar con Dios cara a cara, como con un amigo.
Y ese será el
punto decisivo del profeta prometido. Su misión no será tanto la de anunciar el
futuro, ni la de dirigir políticamente al pueblo, cuanto la de mostrar el rostro
de Dios. Es lo que vemos en Jesús, que les
enseñaba con autoridad y no como los escribas. También ahora el Señor debe
ser nuestro profeta, quien nos guíe en el camino de la verdadera liberación, en
el éxodo definitivo, que no es el de las cadenas temporales, sino el de los
lazos del pecado. Y que no nos lleva a un terreno transitorio, sino a la
felicidad definitiva, a la vida eterna.
Por eso hemos de acudir a Él para conocer cuál
es el camino recto. Y escuchar su palabra: en el Evangelio, en la liturgia, en la
predicación, en el Magisterio. Profundizar en la doctrina, conocer las enseñanzas
del dogma y la moral que enseña la iglesia, que es el cuerpo místico de Cristo.
Y transmitirlas a los demás. No podemos quedarnos con ese tesoro para nosotros
mismos. El Señor quiere contar con nosotros como profetas para nuestro tiempo,
que tengamos un corazón a la medida del suyo.
Para andar
ese camino es importante imitar a Moisés o al mismo Cristo: hablar con Dios cara
a cara, como se habla con un amigo, buscando su rostro y su voluntad para
nosotros en la oración, en la confesión, en la dirección espiritual. Vayamos concretando en nuestro diálogo con
Dios cómo podemos mejorar en esos puntos: si tenemos tiempo fijo y hora fija
para esos ratos de intimidad con Dios, con qué intensidad acudimos a esos
momentos, aislándonos de las distracciones que nos ofrecen los aparatos
electrónicos o nuestra propia imaginación.
Examinemos también
con qué periodicidad acudimos al sacramento del perdón, con cuánto propósito de
la enmienda, para rechazar las malas inclinaciones. También miremos si podemos
animar a otros amigos para que también ellos se beneficien de la misericordia
divina. Además, podemos considerar en este momento cómo es nuestra docilidad en
la dirección espiritual, que se manifiesta —entre otros puntos— en la
puntualidad, en la sinceridad, en el esfuerzo por poner en práctica lo que nos
han sugerido.
Volvamos al
episodio de la sinagoga de Cafarnaún, con el que empezamos esta meditación. San
Marcos relata la curación de un endemoniado: Había precisamente en su sinagoga un hombre que tenía un espíritu
inmundo y se puso a gritar: «¿Qué tenemos que ver nosotros contigo, Jesús
Nazareno? ¿Has venido a acabar con nosotros? Sé quién eres: el Santo de Dios». Jesús
lo increpó: «¡Cállate y sal de él!».
El Señor no
permite que los demonios manifiesten su naturaleza divina y los obliga a
custodiar “el secreto mesiánico”. El papa Benedicto XVI explicaba que Jesús se
empeñaba en esa prudencia para evitar una tentación diabólica, la de aplazar el
encuentro con la cruz y dedicarse a la farándula, a la vida pública, a la gloria
mundana: «La cruz de Cristo será la ruina del demonio; y por eso Jesús no deja
de enseñar a sus discípulos que, para entrar en su gloria, debe padecer mucho,
ser rechazado, condenado y crucificado, pues el sufrimiento forma parte
integrante de su misión» (Ángelus, 1-II-2009).
En la vida ordinaria,
Jesús nos habla a través de las alegrías, pero también de las contradicciones. Ayúdanos,
Señor, a comprender que la clave de la eficacia apostólica es la unión con el Padre,
el amor a su voluntad. Danos la gracia para tomar, como Tú, la decisión de ir a
Jerusalén, de tomar la Cruz cada día. Enséñanos a descubrirte en esas circunstancias, a tener visión sobrenatural.
«La Virgen
María guardó en su corazón de madre el secreto de su Hijo y compartió con él la
hora dolorosa de la pasión y la crucifixión, sostenida por la esperanza de la
resurrección» (Íbidem.). A Ella acudimos
para que nos enseñe a seguir a su Hijo, para que Él sea nuestro maestro, nuestro
guía y nuestro modelo. Que sea para nosotros el Camino, la Verdad y la Vida.
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