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El descanso cristiano


Después de la misión apostólica, Marcos relata el regreso de los discípulos que le cuentan a Jesús todas las peripecias de sus correrías apostólicas: Reunidos los apóstoles con Jesús, le explicaron todo lo que habían hecho y enseñado. Le narran los milagros, las curaciones, los exorcismos; pero también la doctrina que estuvieron predicando, lo que habían aprendido a su lado.

Y les dice: —Venid vosotros solos a un lugar apartado, y descansad un poco. Llama la atención esta actitud paternal del Señor, su preocupación por los detalles más pequeños, su cuidado por aquel grupo de discípulos, que conforman su nueva familia, en la que Él atiende incluso lo más material, como el descanso.

Tenemos que aprender del Señor a cuidar de esos tiempos de pausa en el trabajo, tan necesarios para recuperar las fuerzas físicas pero también para no dejarnos apabullar por la barahúnda del movimiento social en el que nos movemos. Descansar es parte importante de la santificación de la vida cotidiana, del trabajo y de la familia. Puede suceder que, so capa de ser muy competentes en el trabajo, terminemos convertidos en esclavos de la profesión y echando por la borda incluso la familia o la relación con Dios.

En nuestros días es importante relativizar el trabajo. La ocupación laboral no es lo más importante. Primero está Dios, el hogar, el servicio a los demás. Desde luego, siempre hemos enseñado que el trabajo es medio para encontrarse con Dios, para sacar adelante la familia y para servir a la sociedad. Pero si deja de ser medio y se convierte en fin, estamos desenfocados. Y lamentablemente, hay una fuerte corriente social que invita a elevar el trabajo a un lugar que no le corresponde. Por eso es importante escuchar al Señor que nos recuerda: Venid vosotros solos a un lugar apartado, y descansad un poco.

También hemos de saber descansar. San Josemaría enseñaba que “el descanso no es no hacer nada: es distraernos en actividades que exigen menos esfuerzo” (Camino, n.357). Urge profundizar en esa antropología del descanso y de la fiesta, que tan bien ha expuesto J. Pieper (“Una teoría de la fiesta”). El cristiano es el que mejor sabe descansar, porque lo hace con Dios, celebrando su creación y su redención. 


Y se marcharon en la barca a un lugar apartado ellos solos. El Señor se dirige con los discípulos a Betsaida Julia, llamada así en honor a la hija de Augusto. Se trata de un lugar desértico, para descansar a solas, en familia, los discípulos y Él. Podríamos decir que, después de la vida austera de Juan Bautista y los cuarenta días de Jesús en el desierto, es el primer retiro espiritual del cristianismo que nos transmite el Evangelio. Estar en un lugar apartado ellos solos, con Dios. Nos habla de la importancia del recogimiento para la vida interior.

En nuestros días, parece como si la gente huyera del silencio. Hasta los sitios tradicionalmente recogidos, como los aeropuertos o los hospitales, se han llenado de pantallas que salen al encuentro de los consumidores. Es un fenómeno comercial, pero manifiestan la creciente incapacidad que tienen nuestros contemporáneos de quedarse en un lugar apartado ellos solos. Por eso cuesta tanto la lectura, el estudio individual y, cómo no, la oración personal. El Evangelio de hoy es una invitación a redescubrir la importancia de la vida interior, de la meditación, del estudio, del silencio para poder escuchar la voz de Dios.

También en nuestra vida laboral tenemos que encontrar esos momentos para estar a solas con el Señor, en la intimidad con Él, para hablar de Tú a tú, personalmente, contándole nuestras cosas. En la jornada laboral tendremos esos momentos de meditación, pero hay que preverlo además en el plan semanal, mensual y anual. Es el sentido del domingo, que el Beato Juan Pablo II explicó magistralmente en su Carta Dies Domini: día del Señor, día de Cristo, pero también día de la Iglesia y del ser humano.

Podemos sacar el propósito de recordar, en nuestro apostolado personal, la importancia del precepto dominical: ningún domingo sin Misa, puede ser una buena meta, para nosotros, para nuestra familia y para nuestros amigos. Hemos de enseñarles, ante todo con nuestro ejemplo, que conviene adelantar la asistencia a la Misa en lugar de retrasarla. Y que al programar los paseos de fin de semana debe estar prevista la Santa Misa en el mejor momento. Será manifestación de fe sacrificar la visita a algún lugar atractivo si no garantiza la participación en la Eucaristía dominical. 

También se les puede explicar que este mandamiento se cumple asistiendo a la Misa el sábado por la tarde. Otro consejo, ya no para turistas, sino para estudiantes, es que en tiempo de exámenes conviene ir a Misa temprano el domingo, para evitar las afugias de último momento, cuando no ha rendido mucho el estudio. Que no falte la Misa dominical, ningún domingo sin Misa.

El Evangelio apunta tres asuntos más. En primer lugar, el motivo del descanso, que era el trabajo extremo que caracterizaba las jornadas del Señor y sus discípulos: Porque eran muchos los que iban y venían, y ni siquiera tenían tiempo para comer. Aunque hemos hablado del descanso necesario, tampoco hemos de quejarnos si en alguna ocasión debemos trabajar un poco más de la cuenta. Siempre que tengamos las medidas de prudencia que hemos mencionado antes, debemos agradecer al Señor que nos permita identificarnos con Él en su laboriosidad. Y aprender a trabajar como Él, sin mentalidad de víctimas.

Pero los vieron marchar, y muchos los reconocieron. Y desde todas las ciudades, salieron deprisa hacia allí por tierra y llegaron antes que ellos. Como entonces, también hoy las almas tienen necesidad de Dios y nosotros, que somos sus discípulos, debemos estar dispuestos a sacrificar incluso nuestro merecido descanso si hiciera falta en un caso extremo, para comunicarles las maravillas divinas. Vemos que así hizo el Señor, en lo que constituye el núcleo de la Liturgia de la Palabra del domingo XVI del ciclo B:

Al desembarcar vio una gran multitud y se llenó de compasión por ella, porque estaban como ovejas que no tienen pastor, y se puso a enseñarles muchas cosas. Una vez más, vemos a Jesús pendiente de los demás. Al comienzo, del descanso de sus apóstoles. Ahora, de la muchedumbre que salió a su encuentro en Betsaida Julia. La Liturgia nos hace considerar que se está cumpliendo una profecía de Jeremías (23,1-6): Yo mismo reuniré el resto de mis ovejas de todos los países adonde las expulsé, y las volveré a traer a sus dehesas, para que crezcan y se multipliquen. Les pondré pastores que las pastoreen; ya no temerán ni se espantarán, y ninguna se perderá. Jesús aparece como ese Buen Pastor, hijo de David, que acoge a sus ovejas y las cuida de los malos pastores.

Por eso, es lógico que el Salmo de la Misa sea el número 23: El Señor es mi pastor, nada me falta. El Señor es mi pastor, nada me falta: en verdes praderas me hace recostar; me conduce hacia fuentes tranquilas y repara mis fuerzas. Me guía por el sendero justo, por el honor de su nombre. Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque tú vas conmigo: tu vara y tu cayado me sosiegan. 

Llama la atención en qué consiste el pastoreo de Jesús en este pasaje. Aunque más adelante habrá una multiplicación de los panes, que consideraremos el próximo domingo, San Marcos nos dice cómo se manifiesta la compasión del Señor por sus ovejas: y se puso a enseñarles muchas cosas. El pasto que Jesús nos ofrece es su Revelación, sus enseñanzas, la doctrina que la Iglesia nos dispensa. 

 Acudimos a la Virgen Santísima, Madre de la Iglesia, para que nos enseñe el camino del seguimiento de su Hijo durante el trabajo y también en las horas del descanso. Que además estemos dispuestos a trabajar con esmero por el reino de su Hijo y a asimilar las enseñanzas que, como Buen Pastor, nos transmite a través de su Iglesia.

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