Comenzamos un nuevo año litúrgico. El ciclo temporal de la
Iglesia es levemente diverso al ciclo civil. Aquí la clave no es la fecha del 1
de enero, sino el evento del Nacimiento de Jesús. Por eso comenzamos el año un
mes antes, para disponernos a preparar nuestras almas para recibir al Niño
Jesús.
¿Qué es el Adviento? Las Normas universales sobre el año
litúrgico dicen que “el tiempo de Adviento tiene una doble índole: es el tiempo
de preparación para las solemnidades de Navidad, en las que se conmemora la primera
venida del Hijo de Dios a los hombres, y es a la vez el tiempo en el que por
este recuerdo se dirigen las mentes hacia la expectación de la segunda venida
de Cristo al fin de los tiempos. Por estas dos razones el Adviento se nos
manifiesta como tiempo de una expectación piadosa y alegre”.
La primera motivación es la más popular: se trata de un mes
para preparar la Navidad. Aunque en el ambiente comercial se intenta adelantar
esta preparación casi hasta octubre, ahora es el momento oportuno para que
personalmente, en las familias e incluso en el ambiente urbano, se note que
está cerca el nacimiento del Señor. Incluso puede ser un primer propósito
apostólico: influir en las costumbres de nuestro ambiente para que el
protagonismo navideño lo tenga la Sagrada Familia, no unos renos o papá Noel.
No se trata de ser fundamentalistas: también pueden redirigirse hacia la
adoración del Niño las campanitas y los arbolitos.
“Preparación para las solemnidades de Navidad, en las que se
conmemora la primera venida del Hijo de Dios a los hombres”. Esta es entonces
la primera faceta del Adviento: procurar que nuestro corazón esté mejor
preparado para la venida del Niño Jesús. Limpiar el pesebre de nuestra alma de
pecados, para que sea menos indigno de acoger el nacimiento del Niño.
El segundo aspecto del adviento es de tipo escatológico: “por
este recuerdo se dirigen las mentes hacia la expectación de la segunda venida
de Cristo al fin de los tiempos”. Nos preparamos para rememorar un evento del
pasado y para revivir en el hoy de la
liturgia ese nacimiento de Jesús en nuestra alma, pero también aprovechamos
para aguardar la venida definitiva de Cristo al final de los tiempos. En ese
sentido, continuamos los temas del mes de noviembre: vigilancia, expectación,
vida futura, vida eterna.
En este nuevo ciclo, cambiaremos de evangelista. El año
pasado era Mateo, este año escucharemos cada domingo el Evangelio de Marcos. Y
las lecturas de los primeros domingos nos ponen en la órbita del segundo
aspecto del adviento: en cambio, los últimos días se pondrá el acento en la
primera motivación, con la Novena de la Navidad.
En el primer domingo se nota ese ambiente de espera. Así, por
ejemplo, en la primera lectura vemos el lamento de los judíos que regresan del
destierro a Jerusalén y ven la desolación del Templo: “Tú, Señor, eres nuestro padre, tu nombre de siempre es "Nuestro
redentor". Señor, ¿por qué nos extravías de tus caminos y endureces
nuestro corazón para que no te tema? Vuélvete, por amor a tus siervos y a las
tribus de tu heredad”.
El profeta Isaías (cap. 63) exclama una petición que
resonaría después durante siglos pidiendo a Dios su venida: “¡Ojalá rasgases el cielo y bajases,
derritiendo los montes con tu presencia!” Esta petición es el origen del gozo navideño: “Ábranse los cielos y llueva de lo alto bienhechor rocío como riego
santo”.
El Salmo 79 le hace eco a la oración de Isaías: Oh Dios, conviértenos, que brille tu rostro
y nos salve. Es como una especie de compromiso con el Señor: si Él nos
escucha y nos renueva en este tiempo, nosotros seremos más coherentes con
nuestra fe. Le pedimos su ayuda para lograr lo que Él desea, como diría San
Agustín: Conviértenos y nos convertiremos. “Escúchanos,
pastor de Israel; tú que estás rodeado de querubines, manifiéstate, despierta
tu poder y ven a salvarnos. Señor, Dios de los ejércitos, vuelve tus ojos, mira
tu viña y visítala; protege la cepa plantada por tu mano, el renuevo que tú
mismo cultivaste. Que tu diestra defienda al que elegiste, al hombre que has
fortalecido. Ya no nos alejaremos de ti; consérvanos la vida y alabaremos tu
poder”.
Y San Pablo (1Co 1, 3-9) nos pone en ambiente plenamente
navideño, dando gracias a Dios por sus dones que nos ayudan a prepararnos para
la espera de la manifestación de nuestro Señor: “Doy continuamente gracias a mi Dios por vosotros, a causa de la
gracia de Dios que os ha sido concedida en Cristo Jesús, porque en él fuisteis
enriquecidos en todo: en toda palabra y en toda ciencia, de modo que el
testimonio de Cristo se ha confirmado en vosotros, y así no os falta ningún
don, mientras esperáis la manifestación de nuestro Señor Jesucristo”.
Este es el contexto en que leeremos el Evangelio de Marcos (13,33-37).
Se trata de un discurso del Señor a los discípulos en medio de la agonía de
Getsemaní, sobre la necesidad de vigilar para que Jesús nos encuentre
despiertos cuando llegue de nuevo: “Estad
atentos, velad: porque no sabéis cuándo será el momento. Es como un hombre que
al marcharse de su tierra, y al dejar su casa y dar atribuciones a sus siervos,
a cada uno su trabajo, ordenó también al portero que velase. Por eso: velad,
porque no sabéis a qué hora volverá el señor de la casa, si por la tarde, o a
la medianoche, o al canto del gallo, o de madrugada; no sea que, viniendo de
repente, os encuentre dormidos. Lo que a vosotros os digo, a todos lo digo:
¡velad!”
La iglesia nos invita entonces a renovar esta vigilancia
durante este mes de Adviento. Fernández C. nos ayuda a concretar puntos de esa
lucha: “Estaremos alerta si cuidamos con esmero la oración personal, que evita
la tibieza y, con ella, la muerte de los deseos de santidad; estaremos
vigilantes si no descuidamos las mortificaciones pequeñas, que nos mantienen
despiertos para las cosas de Dios. Estaremos atentos mediante un delicado
examen de conciencia, que nos haga ver los puntos en que nos estamos separando,
casi sin darnos cuenta, de nuestro camino” (Hablar con Dios).
Una manera concreta de vivir muy bien este adviento es
hacerlo de la mano de nuestra Madre, María. ¡Cómo viviría Ella estos últimos
días de su embarazo virginal! ¡Cuántas cosas hermosas le diría a su divino
Hijo! Quizá le repetiría también las palabras de Isaías: “¡Ojalá rasgases el cielo y bajases, derritiendo los montes con tu
presencia!”
Allí también estábamos nosotros presentes, pues era
consciente de que no solo sería Madre de Jesús, sino también de todos sus
hermanos. A ti acudimos, Virgen del Adviento, para que en este mes nos
preparemos para conmemorar la primera venida de tu Hijo, pero también para que
tengamos presentes su segunda venida al fin de los tiempos. De esta manera,
contigo a nuestro lado, este Adviento se nos manifestará como tiempo de una
expectación piadosa y alegre, de lucha constante para esperar vigilantes el
nacimiento de Jesús.
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