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San José Obrero. Día del trabajo



Hoy es 1 de mayo, fiesta internacional del trabajo. Para nadie es un secreto que el origen de esta festividad es una reivindicación comunista, que quería celebrar la lucha del proletariado. La Iglesia, como siempre, más que oponerse a la celebración del trabajo humano –un objetivo digno y justo- la purificó de la lucha de clases y la sublimó a la categoría de fiesta litúrgica, conmemorando a San José Obrero.

Hay muchas maneras de enfocar el trabajo: desde quien lo considera un castigo, como la famosa canción del “Negrito del Batey”, que decía: “A mí me llaman el negrito del Batey porque el trabajo para mí es un enemigo. El trabajar yo se lo dejo todo al buey, porque el trabajo lo hizo Dios como un castigo”. Hasta quienes, como los  llamados trabajo-adictos (“workaholics”) se consagran de tal modo a él que se olvidan de la familia, del descanso, de los amigos.

La Iglesia en cambio ofrece una visión dignificante y valorativa del trabajo. Por eso nos pone la labor profesional de José como un modelo a imitar. En el Evangelio de la Misa, ofrece un relato de San Mateo, que presenta a Jesús proclamando –con palabras y con obras- la llegada del Reino. Cuando llega a su ciudad natal, cuenta el evangelista que sus paisanos “se quedaban admirados y decían: —¿De dónde le viene a éste esa sabiduría y esos poderes? ¿No es éste el hijo del artesano? ¿No se llama su madre María y sus hermanos Santiago, José, Simón y Judas?”

No les parece posible que aquel a quien vieron crecer, al que conocieron pequeñito, fuera ahora un personaje de reconocimiento internacional, como diríamos hoy. Pero a nosotros nos llama la atención las preguntas que se hacen: ¿No es éste el hijo del artesano? Precisamente por ese interrogante se emplea este pasaje en la Eucaristía del 1 de mayo.

San José Obrero, San José Artesano. Es impresionante que Jesús haya querido nacer en el hogar de un hombre trabajador, que haya aprendido de él un oficio para ganarse el pan. Los exégetas explican que se trataría de un trabajo mejor considerado que las labores del campo, pues implica creatividad. Al parecer, por aquellos años se estaba construyendo la cercana ciudad de Séforis y allí se dedicarían, San José y Jesús –su hijo adoptivo- a diversas labores de artesanía: puertas, herrajes, yugos, ornamentación, etc. Hoy celebramos entonces el trabajo humano contemplando el ejemplo de José, maestro del trabajador Jesús.

San Josemaría es reconocido como el gran apóstol contemporáneo del trabajo, y decía al respecto (Amigos de Dios, 56):“el trabajo es una estupenda realidad, que se nos impone como una ley inexorable a la que todos, de una manera o de otra, estamos sometidos, aunque algunos pretendan eximirse. Aprendedlo bien: esta obligación no ha surgido como una secuela del pecado original, ni se reduce a un hallazgo de los tiempos modernos. Se trata de un medio necesario que Dios nos confía aquí en la tierra, dilatando nuestros días y haciéndonos partícipes de su poder creador, para que nos ganemos el sustento y simultáneamente recojamos frutos para la vida eterna (Jn 4,36): el hombre nace para trabajar, como las aves para volar (Jb 5,7)”.

En su viaje a Francia, Benedicto XVI (12-IX-2008) explicaba el ambiente cultural en que se movía el Señor: En el mundo griego el trabajo físico se consideraba tarea de siervos. El sabio, el hombre verdaderamente libre, se dedicaba únicamente a las cosas espirituales; dejaba el trabajo físico como algo inferior a los hombres incapaces de la existencia superior en el mundo del espíritu. (…) El mundo greco-romano no conocía ningún Dios Creador; la divinidad suprema, según su manera de pensar, no podía, por decirlo así, ensuciarse las manos con la creación de la materia. «Construir» el mundo quedaba reservado al demiurgo, una deidad subordinada. (..) Muy distinto era el Dios cristiano: Él, el Uno, el verdadero y único Dios, es también el Creador. Dios trabaja; continúa trabajando en y sobre la historia de los hombres. En Cristo entra como Persona en el trabajo fatigoso de la historia”.

El trabajo es una participación en la obra de Dios. Señor: te damos gracias por estas enseñanzas, por hacernos asequible el camino de la santidad, de la identificación contigo, precisamente a través del trabajo cotidiano. ¡Cuánto tiempo habremos pasado sin conocer esta realidad estupenda! Y qué gozo la primera vez que nos enteramos de que no hacía falta abandonar ese ideal humano que nos atraía –la medicina, la música, la literatura, las matemáticas, el deporte, los viajes, la amistad- para estar cerca de ti.

Hoy podemos pensar en nuestro trabajo personal. Para muchos puede ser el estudio, la preparación para el futuro desempeño profesional: ¿cómo lo realizamos? ¿Con ilusión, esfuerzo, empeño, puntualidad? ¿O con pereza, distracciones, retrasos, mediocridad? En este rato de oración delante del Señor, comprometámonos con Él –quizá una vez más-  en que revisaremos el horario para hacerlo más exigente, en que comenzaremos y terminaremos a tiempo, en que lucharemos para rechazar las tentaciones, para no abrir más ventanas de las necesarias en el computador –quizá basta con dos como máximo-, en que retrasaremos la revisión del correo y la navegación en Internet para cuando hayamos acabado los deberes…

Cada uno sabrá qué le pide el Señor para santificar su trabajo y procurará formular propósitos para avanzar en ese camino. Quizá comenzar por proponerse trabajar más, como aconseja San Josemaría (Forja, n. 698):“Si queremos de veras santificar el trabajo, hay que cumplir ineludiblemente la primera condición: trabajar, ¡y trabajar bien!, con seriedad humana y sobrenatural”.

Me parece significativa una anécdota de Edith Stein, aquella filósofa judía que moriría mártir, ya cristiana, en un campo de concentración nazi: una tarde de verano cogió el 'Libro de su vida', de Santa Teresa, y lo leyó en una noche para terminar reconociendo: "¡Esto es la verdad!" Se decidió a bautizarse en la Iglesia Católica. Sus primeros pasos en la fe estuvieron marcados por el trabajo: estudió varios libros (los escritos de Santa Teresa, la “Iniciación al cristianismo” de Kierkegaard, literatura cristiana, Nuevo Testamento incluido...). La mañana siguiente a la lectura que reorientó su vida se compró un catecismo católico y un misal para estudiarlos concienzudamente. Su biógrafa concluye que, “junto al testimonio de la vida y la confesión de fe de determinados cristianos se sitúa la adquisición intelectual autodidacta y el hacerse a la liturgia de la Iglesia” (Cf. Ranff Viki, Edith Stein en busca de la verdad. Palabra, Madrid 2005, p. 117-8).

Concluyamos con otras palabras del Papa alemán sobre el trabajo, tomadas de una predicación en la fiesta de San José –su santo- (19-III-2006):“El trabajo reviste importancia primaria para la realización del hombre y para el desarrollo de la sociedad, y por esto es necesario que se organice y desarrolle siempre en el pleno respeto de la dignidad humana y al servicio del bien común. Al mismo tiempo, es indispensable que el hombre no se deje someter por el trabajo, que no lo idolatre, pretendiendo hallar en él el sentido último y definitivo de la vida”.

Y explica cómo debe ser un trabajo que dignifique al ser humano: “se necesita vivir una espiritualidad que ayude a los creyentes a santificarse a través del propio trabajo, imitando a San José, que cada día tuvo que proveer a las necesidades de la Sagrada Familia con sus manos y a quien por ello la Iglesia señala como patrono de los trabajadores. Su testimonio muestra que el hombre es sujeto y protagonista del trabajo. (…) Que junto a María, su Esposa, vele San José sobre todos los trabajadores y obtenga para las familias y para toda la humanidad serenidad y paz. Que contemplando a este gran Santo, los cristianos aprendan a testimoniar en todo ámbito laboral el amor de Cristo, fuente de solidaridad verdadera y de paz estable”.

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