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El Opus Dei, Prelatura personal (28-XI)


Celebramos hoy un nuevo aniversario del cumplimiento de la intención especial de San Josemaría: la erección del Opus Dei como Prelatura Personal. Hace un año, escribía el Prelado: “¡Cuántos recuerdos se agolpan en mi memoria, al considerar los dones que hemos recibido de Dios a lo largo de estos años! Tengo muy presente a nuestro Padre, que aceptó con alegría no ver cumplida esa intención especial suya, para que se realizase en los años de su sucesor; y la fe y la fortaleza del queridísimo don Álvaro, que se apoyaba en la oración y en el sacrificio de innumerables personas del mundo entero, para que el Cielo nos la concediera”.

Es una fiesta especial, pues son muchos los dones del Señor que se conmemoran. Por eso, podemos cantar como el Rey Salomón (1 Re 8, 55-61): Bendito sea el Señor ha concedido tranquilidad a su pueblo, que no ha fallado a ninguna de sus promesas. Y con el Salmo 137: Te doy gracias, Señor, de todo corazón, porque me has escuchado. Delante de los ángeles entonaré salmos para ti. Te daré gracias por tu misericordia y fidelidad. Tú me escuchaste, diste fuerza a mi alma. Le agradecemos al Señor por el ejemplo de la oración de San Josemaría: tantos años pidiendo por la solución jurídica, desde 1928. Nuestro Señor le hizo ver que se trataba de una jurisdicción personal, no territorial y también le mostró que era necesario el sacrificio abnegado de muchísimas personas. Por eso, durante su vida reaccionaba con alegría ante el dolor y la contradicción, pues sabía que la Obra saldría adelante gracias a los enfermos y a las dificultades que Dios permitía:¡Y ésas fueron las armas para vencer! ¡Y ese fue el tesoro para pagar! ¡Y ésa fue la fuerza para ir adelante!”

En la misma carta de hace un año, el Prelado insistía en que “no podemos considerar esos momentos como una época de oro de la historia de la Obra, en el sentido de algo que se recuerda, sí, con gratitud, pero que ya ha pasado; han de ser siempre tiempos de gran actualidad: lo conseguiremos con nuestra fidelidad al espíritu del Opus Dei, con la intensidad de nuestra oración, con el afán apostólico que perseverantemente nos ha de mover”. Fidelidad, oración, apostolado. También decía Monseñor Echevarría que el Fundador la llamaba intención sine die (sin día final) para que todos sus hijos, de todos los tiempos, nos diésemos cuenta de que es una intención que debe cumplirse constantemente en nuestra vida. ¿Cómo? Defendiendo que somos ciudadanos corrientes, que procuramos santificar la tarea profesional en la que nos encontramos; o sacerdotes diocesanos que no nos diferenciamos de los demás. Fidelidad, oración, apostolado: defender el camino con la propia vida, procurando que se entienda cada vez mejor la llamada universal a la santidad.

Y la clave para que un camino no se pierda, tragado por la maleza, es recorrerlo. Cada día hemos de hacer vida nuestra la llamada a la santidad, como lo hizo la Virgen Santísima en su vida ordinaria. Recordamos en el Evangelio de hoy la visita a su prima Isabel, a la que canta ensalzando al Señor: “Proclama mi alma las grandezas del Señor y se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador: porque ha puesto los ojos en la humildad de su esclava; por eso desde ahora me llamarán bienaventurada todas las generaciones. Porque ha hecho en mí cosas grandes el Todopoderoso, cuyo nombre es Santo”. Ese es nuestro camino: proclamar las alabanzas del Señor en la vida cotidiana.

Escribe José Morales, teólogo que vivió en Inglaterra: Dicen que el aburrimiento nació en Londres un domingo. La gran ciudad inglesa es solo un símbolo de nuestra civilización, que es presa del tedio, porque está dominada por el egoísmo y no entiende el espíritu de servicio. Podemos estar bien seguros de que la Virgen nunca se aburrió y de que en su vida no hubo horas muertas. Servía a los demás y en su humildad se asombraría sin duda al verse servida por ellos” (Madre de la Gracia, p. 80). Se santificó en la vida cotidiana, era una ciudadana corriente, encontró la santidad en el trabajo de ama de casa, de la casa de Dios en la tierra.

Contemplar su ejemplo nos sirve para formular propósitos de mayor fidelidad, de oración cada vez más intensa, de un afán apostólico perseverante. Así concluye la bendición de Salomón que mencionamos al comienzo: “que incline nuestros corazones hacia él para que andemos según todos sus caminos y guardemos todos los mandamientos, los decretos y las sentencias que ordenó a nuestros padres” o el Salmo 137: “excelso es el Señor y se fija en el humilde, pero al soberbio lo conoce de lejos”.

Llamada universal a la santidad. San Pablo inicia su carta a los efesios (1, 3-14) con un himno de elevada teología sobre la vocación: “Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido en Cristo con toda bendición espiritual en los cielos, ya que en él nos eligió antes de la creación del mundo para que fuéramos santos y sin mancha en su presencia, por el amor”. Al hablar de elección, utiliza el mismo verbo que aparece en el Antiguo Testamento para mencionar la llamada de Israel: ahora los llamados somos todo el mundo. Antes de crear el universo, Dios contaba con cada uno de nosotros para que fuéramos santos y sin mancha en su presencia, por el amor… Y comenta San Josemaría (Forja, n. 10): “Piensa en lo que dice el Espíritu Santo, y llénate de pasmo y de agradecimiento: “elegit nos ante mundi constitutionem —nos ha elegido, antes de crear el mundo, “ut essemus sancti in conspectu eius! —para que seamos santos en su presencia. —Ser santo no es fácil, pero tampoco es difícil. Ser santo es ser buen cristiano: parecerse a Cristo. —El que más se parece a Cristo, ése es más cristiano, más de Cristo, más santo. —Y ¿qué medios tenemos? —Los mismos que los primeros fieles, que vieron a Jesús, o lo entrevieron a través de los relatos de los Apóstoles o de los Evangelistas”.

Parecernos a Cristo en nuestra vida ordinaria de ciudadanos corrientes, conscientes de nuestra filiación divina: que el Padre “nos predestinó a ser sus hijos adoptivos por Jesucristo conforme al beneplácito de su voluntad, para alabanza y gloria de su gracia, con la cual nos hizo gratos en el Amado”. El ejemplo de María nos muestra que es posible portarse como buenos hijos si contamos con Dios, cuya “misericordia se derrama de generación en generación sobre los que le temen”.

Concluyo con un recuerdo personal, que tiene su actualidad porque hoy termina el año mariano de acción de gracias por los primeros 25 años del cumplimiento de la intención especial. En 1994 comenzaba mi paso por el Seminario Internacional de la Prelatura y pude preguntarle al Padre –entonces, recién elegido- cómo seguir la devoción a la Virgen después de terminar un año mariano. Recuerdo que nos animó a “coger carrerilla”, a tomar impulso para seguir siempre en tiempo dedicado a la Virgen. Concretamente, aconsejó repetir esa invocación que tanto removía a San Josemaría: Monstra te esse Matrem! (¡Muestra que eres Madre!), pidiéndole que nos enseñe a comportarnos como buenos hijos. Y concluía animando a rezar como San Josemaría: “si en algo tenemos que corregirnos para comportarnos como hijos, dínoslo y haremos el esfuerzo”.

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