Ir al contenido principal

San Bartolomé, un hombre sin doblez ni engaño.


(24 de agosto) En la Antífona de entrada se nos pide: Anuncia, día tras día, que la salvación viene de Dios; proclama sus maravillas a todas las naciones. En respuesta nosotros suplicamos, en la Oración colecta, fortaleza para nuestra fe, sinceridad como la de Bartolomé y eficacia en el apostolado de la Iglesia: «Fortalece, Señor, nuestra fe para que sigamos a Cristo con la misma sinceridad de san Bartolomé, apóstol; y concédenos, por su intercesión, que la Iglesia sea un instrumento eficaz de salvación para todos los seres humanos».
La primera lectura de la fiesta está tomada del Apocalipsis (21,9-14), donde el ángel le dice a san Juan: —Ven, te mostraré a la novia, la esposa del Cordero. Y el autor describe la visión del nuevo mundo, después de que se ha vencido el mal definitivamente: Me llevó en espíritu a un monte de gran altura y me mostró la ciudad santa, Jerusalén, que bajaba del cielo de parte de Dios, reflejando la gloria de Dios: su luz era semejante a una piedra preciosísima, como la piedra de jaspe, transparente como el cristal. Tenía una muralla de gran altura con doce puertas, y sobre las puertas doce ángeles y unos nombres escritos que son los de las doce tribus de los hijos de Israel. Tres puertas al oriente, tres puertas al norte, tres puertas al sur y tres puertas al occidente. La muralla de la ciudad tenía doce pilares y en ellos los doce nombres de los doce apóstoles del Cordero.
La iglesia, esposa del Cordero, baja del cielo. Es un regalo de la Trinidad a los hombres. También es la continuación del pueblo elegido, es el nuevo Israel (por eso los nombres de las doce tribus). La continuidad en el tiempo la darán los doce pilares de la ciudad: los doce apóstoles, uno de los cuales es san Bartolomé, cuya fiesta celebramos hoy.
También nosotros somos Discípulos y queremos decir, como el salmista (Sal 144): Señor, que tus obras te den gracias, y tus fieles te bendigan; que proclamen la gloria de tu reinado y hablen de tus hazañas. Que den a conocer a los hombres tus proezas, la gloria y el esplendor de tu reinado. Podemos examinar cómo aprovechamos apostólicamente las circunstancias en las que se habla de la Iglesia, aunque sea burlándose de ella. A cuántas personas hemos procurado acercar a la Iglesia, a los sacramentos, a la dirección espiritual.
El Evangelista san Juan nos cuenta al comienzo de su relato (1,45-51) la historia de la vocación de san Bartolomé: Felipe encontró a Natanael y le dijo: —Hemos encontrado a aquel de quien escribieron Moisés en la Ley y los Profetas: Jesús de Nazaret, el hijo de José. Entonces le dijo Natanael: —¿De Nazaret puede salir algo bueno?—Ven y verás –le respondió Felipe. Aprendamos del ejemplo de este Apóstol, que no se arredra ante la descortés negativa inicial de su amigo, que deberá superar los prejuicios pueblerinos. Felipe tiene fe en que aquel joven rabino es el Mesías, y por eso lo anuncia con valentía. Pensemos a quién podríamos decir, como a Natanael —Ven y verás.
Señor, en esta escena también aprendemos de ti a tratar a las personas. Quizá nosotros hubiéramos reaccionado con soberbia al saber del comentario irrespetuoso del cananeo, tal vez con otra observación acerca de los defectos de su pueblo. Tu reacción, en cambio, es de completa acogida: Vio Jesús a Natanael acercarse y dijo de él: —Aquí tenéis a un verdadero israelita en quien no hay doblez.
¡Cuánto habrías rezado al Padre, Señor, por esa vocación! ¡Qué bien conocías de su ánimo impetuoso ―como el de Pedro―, que sería muy importante para defender el Evangelio por media Asia después de tu ascensión  a los cielos! Y, quizás para que supiéramos del valor que le das a esa virtud, lo defines con su sencillez, con su sinceridad, con su humildad. —Aquí tenéis a un verdadero israelita en quien no hay doblez. Por eso decíamos que la colecta de la Misa centra su petición en que nos hagas sinceros como él: «Fortalece, Señor, nuestra fe para que sigamos a Cristo con la misma sinceridad de san Bartolomé».
 Le contestó Natanael: —¿De qué me conoces? Respondió Jesús y le dijo: —Antes de que Felipe te llamara, cuando estabas debajo de la higuera, te vi. Uno de los misterios que solo sabremos en el cielo es este: ¿qué pensaba Natanael cuando estaba debajo de la higuera, para que Jesús se refiriera justo a ese momento como la clave para que entendiera con quién estaba hablando? No solo es misteriosa la afirmación de Jesús, sino también el cambio de actitud del nuevo apóstol. Respondió Natanael: —Rabbí, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel.
Parte de esa virtud que Jesús valora en Bartolomé es precisamente la humildad para reconocer que estaba en el error, para acoger en su vida la verdad de Dios. Pero no se trata de un simple cambio de idea, sino de aceptar el proyecto del Señor para él, de cambiar su derrotero y seguir a Jesús hasta dar la vida en el martirio.
El Señor eleva la mirada de los apóstoles, citando una profecía de Daniel. Contestó Jesús: —¿Porque te he dicho que te vi debajo de la higuera crees? Cosas mayores verás. Y añadió: —En verdad, en verdad os digo que veréis el cielo abierto y a los ángeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo del Hombre. Confirma que Él es el Mesías, que está acompañado por el Padre, como Jacob en el sueño de la escala; pero también anuncia que en Él se cumplirán las profecías sobre el Hijo del Hombre: los discípulos ―nosotros también― debemos acompañarlo en su entrega sacerdotal, hasta el sacrificio de la Cruz.
Pocos días después, esos jóvenes seguidores de Jesús creerían en Él al ver cómo convertía quinientos litros de agua en vino de la mejor calidad. Y lo haría precisamente en Caná, la tierra de Natanael. Podría tomarse como un detalle con ese muchacho hasta pocos días antes cegado por el regionalismo. Pero sabemos también que la principal protagonista de ese pasaje es la Madre de Dios. La Virgen adelantó el momento de los signos de su Hijo y, de esa manera, también aceleró la fe de aquellos seguidores para que fueran idóneos de la vocación de Apóstoles.
También a Ella acudimos para que nos alcance del Señor las gracias necesarias que hemos pedido en esta celebración: «Fortalece, Señor, nuestra fe para que sigamos a Cristo con la misma sinceridad de san Bartolomé, apóstol; y concédenos, por su intercesión, que la Iglesia sea un instrumento eficaz de salvación para todos los seres humanos».

Comentarios

Entradas más populares de este blog

Doce Apóstoles, columnas de la Iglesia

Explica I. de la Potterie (María nel mistero dell’Alleanza) que «la idea fundamental de toda la Biblia es que Dios quiere establecer una Alianza con los hombres (…) Según la fórmula clásica, Dios dice a Israel: “Vosotros seréis mi pueblo y Yo seré vuestro Dios”. Esta fórmula expresa la pertenencia recíproca del pueblo a Dios y de Dios a su pueblo».   Las lecturas del ciclo A para el XI Domingo formulan esa misma idea: En primer lugar, en el Éxodo (19, 2-6a) se presentan las palabras del Señor a Moisés: «si me obedecéis fielmente y guardáis mi alianza, vosotros seréis el pueblo de mi propiedad entre todos los pueblos , porque toda la tierra es mía; seréis para mí un reino de sacerdotes, una nación santa». Y el Salmo 99 responde: « El Señor es nuestro Dios, y nosotros su pueblo . Reconozcamos que el Señor es Dios, que él fue quién nos hizo y somos suyos, que somos su pueblo y su rebaño».  El Evangelio de Mateo (9, 36-38; 10, 1-8) complementa ese cuadro del Antiguo Testamento, con l

San Mateo, de Recaudador de impuestos a Apóstol

(21 de septiembre). Leví o Mateo era, como Zaqueo, un próspero publicano. Es decir, era un recaudador de impuestos de los judíos para el imperio romano. Por eso era mal visto por sus compatriotas, era considerado un traidor, un pecador. Probablemente había oído hablar de Jesús o lo había tratado previamente. Él mismo cuenta (Mt 9, 9-13) que, cierto día, vio Jesús a un hombre llamado Mateo sentado al mostrador de los impuestos, y le dijo: "Sígueme". El se levantó y lo siguió. Y estando en la mesa en casa de Mateo, muchos publicanos y pecadores, que habían acudido, se sentaron con Jesús y sus discípulos. Los fariseos, al verlo, preguntaron a los discípulos: "¿Cómo es que su maestro come con publicanos y pecadores?" Jesús lo oyó y dijo: "No tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos. Vayan y aprendan lo que significa "misericordia quiero y no sacrificios": que no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores". Mateo sigue inm

Marta y María. Acoger a Dios.

Uno de los diagnósticos más certeros del mundo actual es el que hace Benedicto XVI. De diversas formas ha expresado que el problema central se encuentra en que el ser humano se ha alejado de Dios . Se ha puesto a sí mismo en el centro, y ha puesto a Dios en un rincón, o lo ha despachado por la ventana. En la vida moderna, marcada de diversas maneras por el agnosticismo, el relativismo y el positivismo, no queda espacio para Dios.  En la Sagrada Escritura aparecen, por contraste, varios ejemplos de acogida amorosa al Señor. En el Antiguo Testamento (Gn 18,1-10) es paradigmática la figura de Abrahán, al que se le aparece el Señor. Su reacción inmediata es postrarse en tierra y decir: "Señor mío, si he hallado gracia a tus ojos, te ruego que no pases junto a mí sin detenerte”. No repara en la dificultad que supone una visita a la hora en que hacía más calor, no piensa en su comodidad sino en las necesidades ajenas. Ve la presencia de Dios en aquellos tres ángeles, y recibe com