El
Compendio del Catecismo explica que los
ángeles “son criaturas puramente espirituales, incorpóreas, invisibles e
inmortales; son seres personales dotados de inteligencia y voluntad. Los
ángeles, contemplando cara a cara, incesantemente, a Dios, lo glorifican, lo
sirven y son sus mensajeros en el cumplimiento de la misión de salvación para
todos los hombres”(n. 60) .
Así
los representa la Escritura. Por ejemplo, el libro de Daniel (7,9-10.13-14),
describe la visión de Dios y de su corte angelical: “Miles y miles le servían, millones estaban a sus órdenes”. Y en el
salmo 137 se promete dar gracias a Dios de un modo peculiar, tocando la cítara:
“Delante de los ángeles tañeré para ti,
Señor, me postraré hacia tu santuario. Daré gracias a tu nombre: por tu
misericordia y tu lealtad, porque tu promesa supera a tu fama”.
En
el Evangelio también aparecen los ángeles en varias ocasiones: para dar la
Buena Nueva de la Encarnación a María y a los pastores, para consolar a Jesús
después de las tentaciones y en Getsemaní, después de la Resurrección... El
mismo Señor hace varias alusiones a estos seres, que podrían servirle en
legiones, a los custodios de los niños, etc.
En
la escena de la vocación de Natanael (Juan 1,51), vemos a Jesús que concluye el
pasaje con una alusión al sueño de Jacob, que había visto una escalera desde la
tierra hasta el cielo: “veréis el cielo
abierto y a los ángeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo del Hombre”.
Benedicto XVI glosa estas palabras diciendo que Jesús se da a conocer como el
nuevo y más grande Jacob: “Ése sueño se ha hecho realidad en Jesús. Él mismo es
la "puerta del cielo" (cf. Gn 28,10-22), Él es el verdadero Jacob, el
"Hijo del hombre", el padre fundador del Israel definitivo”. Y los ángeles son testigos privilegiados de esa gloria...
El
Compendio también aclara que “la Iglesia se une a los ángeles para
adorar a Dios, invoca la asistencia de los ángeles y celebra litúrgicamente la
memoria de algunos de ellos”. El próximo 2 de octubre festejaremos a los Santos
Ángeles Custodios, a los que se refiere San Basilio: «Cada fiel tiene a su lado
su ángel como protector y pastor para conducirlo a la vida»(n. 61).
La Iglesia se une a ellos, los invoca y los celebra. Quizá desde pequeñitos repetimos esa oración tan sencilla y llena de fe: "Ángel de mi guarda, mi dulce compañía, no me desampares ni de noche ni de día, hasta que me pongas en paz y alegría con todos los santos, Jesús, José y María".
Además,
hoy celebramos precisamente la fiesta de tres ángeles que tuvieron misiones
importantes, por lo cual son llamados Arcángeles: Miguel, Gabriel y Rafael. Por
eso, la Misa comienza con esta antífona:
“Bendecid al Señor, ángeles suyos, poderosos ejecutores de sus órdenes, prontos
a la voz de su palabra”.
San Gregorio Magno enseñaba que el nombre de
"ángel", designa la función, no el ser del que lo lleva: “no siempre
pueden ser llamados ángeles, ya que solamente lo son cuando ejercen su oficio
de mensajeros. Se les asignan nombres personales, que designan cuál es su actuación
propia. Y así, Miguel significa "¿Quién
como Dios?”, Gabriel significa “Fortaleza
de Dios" y Rafael significa "Medicina
de Dios”.
Hoy,
en concreto, pedimos la protección de los tres grandes arcángeles, seguros del
poder de su intercesión. Así lo hacía, por ejemplo, San Josemaría al comienzo
de su labor apostólica. Se conservan unos apuntes íntimos de 1932: — Recé
las preces de la Obra de Dios, invocando a los Santos Arcángeles nuestros
Patronos: San Miguel, S. Gabriel, S. Rafael... Y ¡qué seguridad tengo de que
esta triple llamada, a señores tan altos en el reino de los cielos, ha de ser
—es— agradabilísima al Trino y Uno, y ha de apresurar la hora de la Obra!
- Miguel,
en primer lugar, es venerado como el defensor del pueblo de Dios. En Ap. 12,7-12, se narra el combate en el que vence al demonio: “Y se entabló un gran combate en el cielo:
Miguel y sus ángeles lucharon contra el dragón. Fue arrojado aquel gran dragón.
Entonces oí en el cielo una fuerte voz que decía: Ahora ha llegado la
salvación, la fuerza, el reino de nuestro Dios, y el poder de su Cristo, pues
ha sido arrojado el acusador de nuestros hermanos, el que los acusaba ante
nuestro Dios día y noche”.
La
doctrina cristiana es consciente del poder –limitado- del demonio, que es un
ángel y se empeña en “acusar a nuestros hermanos día y noche”. Pero, sobre
todo, la Iglesia se goza con el triunfo eterno de aquél Arcángel que defendió
la verdad de Dios. Frente al “seréis como dioses” de la tentación diabólica,
aparece la respuesta de Miguel: “¿Quién como Dios?”
Por
eso, es tradicional invocar cada día, después de la Misa, a este defensor en el
combate cristiano: “Arcángel San Miguel,
defiéndenos en la lucha, sé nuestro amparo contra la maldad y las asechanzas
del demonio. Pedimos suplicantes que Dios lo mantenga bajo su imperio; y tú,
Príncipe de la milicia celestial, arroja al infierno -con el poder divino- a
Satanás y a los otros espíritus malvados, que andan por el mundo tratando de
perder a las almas. Amén”.
Pidámosle
al Arcángel San Miguel, una vez más, que nos defienda, que nos ampare, que nos
acompañe en esta lucha interior de nuestra vida cristiana. Pidamos por la
Iglesia, por el Papa y por sus intenciones, por los Obispos, los sacerdotes y
los religiosos. Y por todo el Pueblo santo de Dios, que lucha en todo el mundo
para implantar el Reino de Cristo.
Y
aprovechemos para examinar cómo es la fidelidad en nuestra lucha, si nos
tomamos en serio que nuestra vocación es de combate, de milicia, que no cabe
estar mano sobre mano, pues muchas personas esperan nuestra ayuda. Como dice el
Papa, “el Bautismo no produce automáticamente una vida coherente: esta es fruto
de la voluntad y del esfuerzo perseverante por colaborar con el don, con la
Gracia recibida. Y este esfuerzo cuesta, hay que pagar un precio personalmente”
(Homilía 040311).
- Gabriel
tuvo la excelsa misión de anunciar a María que era la escogida para ser Madre
de Dios. Y fue testigo privilegiado de su respuesta positiva. Con su misión,
llegó el momento en que el Hijo se hizo hombre. Supo de una concepción
particularísima: una nueva vida humana, la Vida con mayúscula.
Al
arcángel Gabriel le encomendamos el apostolado de la familia, tan importante en
nuestro tiempo: la pureza de costumbres, la “cruzada” de la que habla San
Josemaría: Hace falta una cruzada de
virilidad y de pureza que contrarreste y anule la labor salvaje de quienes
creen que el hombre es una bestia. —Y esa cruzada es obra vuestra (Camino, 121).
Y
también le pedimos ayuda para tantos aspectos que son muy importantes en la
nueva evangelización: no solo el amor humano vivido según el orden natural, en
el noviazgo y en el matrimonio, sino también todas las demás intenciones
relacionadas. Entre estas pedimos por el respeto a la vida, la educación de los
hijos, la formación de las nuevas generaciones –la “urgencia educativa” de la
que habla el Papa-, los matrimonios jóvenes. Como fruto de esta apasionante
labor, continuaremos la nueva primavera de la Iglesia, con un florecimiento de
vocaciones generosas, a imagen de lo aprendido en esos hogares “luminosos y
alegres”.
- Por
último, celebramos al arcángel San Rafael, conocido por el libro de Tobías, en
el que se narra cómo acompañó al joven protagonista en su misión a través de un
largo viaje, en la que terminó encontrando a la que sería su esposa.
San Josemaría hace un divertido comentario
sobre la devoción a san Rafael en la formación de los jóvenes: “¡Cómo te reías, noblemente, cuando te
aconsejé que pusieras tus años mozos bajo la protección de San Rafael!: para
que te lleve a un matrimonio santo, como al joven Tobías, con una mujer buena y
guapa y rica —te dije, bromista. Y luego, ¡qué pensativo te quedaste!, cuando
seguí aconsejándote que te pusieras también bajo el patrocinio de aquel apóstol
adolescente, Juan: por si el Señor te pedía más” (Camino, n. 360).
También
aprovechamos este rato de oración para pedir al Señor, por medio de la
intercesión de este santo Arcángel, que muchos jóvenes descubran esos
horizontes de servicio y apostolado que han llenado a lo largo de la historia
el corazón de tantas almas, dispuestas a convertir su vida en una aventura
divina, llevando el mensaje del Evangelio hasta los últimos rincones del mundo.
También
ahora hacen falta esas personas. Hay muchas que están dispuestas, pero quizá
pueden decir como Pablo (Rm 10,14-15): “¿Pero
cómo invocarán a Aquel en quien no creyeron? ¿O cómo creerán, si no oyeron
hablar de él? ¿Y cómo oirán sin alguien que predique? ¿Y cómo predicarán, si no
hay enviados?”
A
San Rafael encomendamos nuestro apostolado con la juventud, para que sean
muchos los que sientan la llamada que el Papa dirigía a una multitud de
muchachos: Permitid que Cristo arda en
vosotros, aun cuando ello comporte a veces sacrificio y renuncia. No temáis
perder algo y, por decirlo así, quedaros al final con las manos vacías. Tened
la valentía de usar vuestros talentos y dones al servicio del Reino de Dios y
de entregaros vosotros mismos, como la cera de la vela, para que el Señor
ilumine la oscuridad a través de vosotros. Tened la osadía de ser santos
brillantes, en cuyos ojos y corazones resplandezca el amor de Cristo, llevando
así la luz al mundo (Discurso, 240911).
Concluyamos
nuestra oración acudiendo a la Virgen, Reina de los Ángeles. Le pedimos su
intercesión que no perdamos nunca de vista lo que diremos en la
Misa y que el Señor no deja de concedernos: “Oh Dios, que con admirable
sabiduría distribuyes los ministerios de los ángeles y los hombres, te pedimos que nuestra vida esté siempre
protegida en la tierra por aquellos que te asisten continuamente en el cielo”.
Comentarios
Publicar un comentario