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Caridad hasta el extremo


La Oración Colecta del Domingo XXV recuerda que Jesús quiso resumir toda la ley en el amor a Dios y al prójimo. Y le pide al Padre: "Concédenos descubrirte y amarte en nuestros hermanos para que podamos alcanzar la vida eterna". Pero el amor a Dios en los hermanos no es simple, sino hasta el extremo, como el de Jesús.

Condenemos al justo a una muerte ignominiosa. En la Primera Lectura, el libro de la Sabiduría (2, 12.17-20) profetiza la traición a Jesucristo. Él es el justo, el hijo de Dios, pero el Padre solo lo librará después de la muerte. Esa muerte es el pago que le damos por habernos hecho el regalo de mostrarnos el camino de la salvación, que es vivir dejando entrar a Dios en nuestra vida y en nuestra sociedad:

“Los malvados dijeron entre sí: Tendamos una trampa al justo, porque nos molesta y se opone a lo que hacemos; nos echa en cara nuestras violaciones a la ley y nos reprocha las faltas contra los principios en que fuimos educados. Veamos si es cierto lo que dice, comprobemos como le va al final. Si el justo es hijo de Dios, él lo ayudará y lo librará de las manos de sus enemigos. Sometámoslo a la humillación y a la tortura, para conocer su temple y su valor. Condenémoslo a una muerte ignominiosa, pues, según dice, Dios lo librará”.

El Salmo (53, 3-4.5.6.8) es la respuesta de Jesús, que -desde su patíbulo- continúa confiando en Dios: El Señor es quien me ayuda. Sálvame, Dios mío, por tu nombre, defiéndeme con tu poder. Escucha, Señor, mi oración y atiende a mis palabras. Gente arrogante y violenta se ha levantado contra mí; quieren matarme. ¡Dios los tiene sin cuidado! Pero el Señor Dios es mi ayuda, él es quien me mantiene vivo. Por eso te ofreceré con agrado un sacrificio y te agradeceré, Señor, tu inmensa bondad conmigo.

Los pacíficos siembran la paz y cosechan frutos de justicia.
En la segunda Lectura (St 3, 16-18; 4, 1-3), el Apóstol Santiago reafirma que la Sabiduría divina –de la que se habló en la primera Lectura- es Jesucristo, rey de paz. Invita a pedirle, como hacíamos en la Antífona de Entrada:Yo soy  la salvación de mi pueblo, dice el Señor. Los escucharé en cualquier tribulación en que me llamen y seré siempre su Dios.

“Donde hay envidias y rivalidades, hay desorden y toda clase de males. En cambio, la sabiduría que viene de arriba es intachable y, además, es amante de la paz, comprensiva, dócil, llena de misericordia y buenos frutos, imparcial y sincera. Los pacíficos siembran la paz y cosechan frutos de justicia”.

Dios nos ha llamado, por medio del Evangelio, a participar de la gloria de nuestro Señor Jesucristo.
En el Evangelio, san Marcos (9, 30-37) nos presenta la clave del mensaje de Cristo: el servicio a los demás hasta el sacrificio por ellos. Para eso había venido, ésa era su misión (para servir, no para ser servido). Sus discípulos deben seguirlo por esa senda. Debe pedir, como San Josemaría: Jesús, que sea yo el último en todo... y el primero en el Amor
(Camino, n. 430):

En aquel tiempo Jesús y sus discípulos atravesaban Galilea, pero él no quería que nadie lo supiera porque iba enseñando a sus discípulos. Les decía: "
El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres, y lo matarán; y después de muerto, a los tres días resucitará". Pero ellos no entendían lo que quería decir y tenían miedo de preguntarle. Llegaron a Cafarnaún y, una vez en casa, les preguntó: "¿De qué discutían por el camino?" Pero ellos se quedaron callados, porque por el camino habían discutido acerca de quién era el más importante. Entonces Jesús se sentó, llamó a los Doce y les dijo: "El que quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos". Después, tomando a un niño, lo puso en medio de ellos, lo abrazó y les dijo: "El que recibe a un niño como éste en mi nombre, a mí me recibe; y el que me recibe a mí, no me recibe a mí, sino al que me ha enviado".

En su primera Encíclica, precisamente sobre la caridad, el Papa Benedicto XVI (DCE, 19) cita a san Agustín: «
Ves la Trinidad si ves el amor». Se puede ilustrar con una anécdota real: Lapide P. cuenta, en un diálogo con V. Frankl que, siendo cónsul de Israel en Milán, organizó un acto de agradecimiento a unas franciscanas que habían acogido a 27 judíos durante 25 meses en la segunda guerra mundial. Después de dos horas de discursos y todo lo demás, le pide disculpas a la anciana abadesa diciendo: - «El mundo tiene exceso de malas noticias; quizás sea conveniente que la gente tenga de cuando en cuando algo bueno que oír». Entonces la abadesa me preguntó algo que nunca olvidaré: - «Mire, Sr. Cónsul, ¿son ustedes comunistas o fascistas?» 

Por primera vez en mi vida no supe qué contestar. Le dije: «Señora, llevamos aquí dos horas hablando de las bienaventuranzas, del amor al prójimo, de la tierra santa, de Jerusalén y de la Biblia, ¿y me hace usted esa pregunta?» 

Entonces la anciana señora se puso colorada y contestó tartamudeando: «mire, Sr. Cónsul, soy una mujer ya mayor, y tiene que disculparme, pero en el sótano que les acabamos de mostrar, a 600 metros de las oficinas de la Gestapo, hemos tenido escondidos comunistas en 1942, judíos de 1943 a 1945 y fascistas en los años 1946 y 1947. Comprenderá que me encuentre ahora un poco atolondrada». 

Concluye su relato el Cónsul judío: «Gracias a Dios todavía existen personas como éstas» (En: «Búsqueda de Dios y sentido de la vida», Herder, Barcelona 2005, p. 154-5).

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