El décimo cuarto domingo del tiempo ordinario
nos presenta en la primera lectura una profecía de Zacarías sobre un rey
peculiar (9,9-10): Regocíjate, hija de
Sión, grita de júbilo, hija de Jerusalén, mira, tu rey viene hacia ti, es justo
y salvador, montado sobre un asno, sobre un borrico, cría de asna.
Benedicto XVI comentaba en su “Jesús de
Nazaret” que estas palabras anuncian “un rey pobre, un rey que no gobierna con
poder político y militar. Su naturaleza más íntima es la humildad, la mansedumbre ante Dios y ante los hombres. Esa
esencia, que lo contrapone a los grandes reyes del mundo, se manifiesta en el
hecho de que llega montado en un asno, la cabalgadura de los pobres”.
En el segundo tomo, el Papa concluye que en el
domingo de ramos se ve que Jesucristo es “un rey de la sencillez, un rey de los pobres. Su poder reside en la
pobreza de Dios, en la paz de Dios”.
Humildad, mansedumbre, sencillez, pobreza.
Estas son las notas prioritarias del rey que anuncia Zacarías. Por eso, es
apenas lógico que el Evangelio de la Misa sea Mateo (11,25-30): Jesús declaró: —“Venid a mí todos los
fatigados y agobiados, y yo os aliviaré. Llevad mi yugo sobre vosotros y
aprended de mí que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis descanso para
vuestras almas: porque mi yugo es suave y mi carga es ligera”.
El Señor conoce nuestro cansancio, fruto
amargo del pecado original. Pero curiosamente el alivio que ofrece no es el
ocio, unas hamacas, por ejemplo, sino un yugo. Cambia cansancio por yugo.
Señor: es difícil de entender, ¿qué tipo de comercio nos propones? –Quizá la
continuación del discurso nos dé una pista: “Llevad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí que soy manso y humilde
de corazón, y encontraréis descanso para vuestras almas”.
No es lo mismo tu
yugo –suave- y tu carga –ligera- que nuestros cansancios y agobios. Podemos
entender que nuestro descanso es llevar tu yugo, del modo en que Tú lo llevas:
con mansedumbre y humildad. De ese modo, tu yugo es suave.
San Josemaría tiene dos textos sobre el yugo,
que pueden servirnos para nuestra oración: “el yugo es la libertad, el yugo
es el amor, el yugo es la unidad, el yugo es la vida, que El nos ganó en la
Cruz” (Amigos de Dios, 31). Y en el Viacrucis (II,4) traduce
libremente: “mi yugo es la libertad, mi yugo es el amor, mi yugo es la unidad, mi
yugo es la vida, mi yugo es la eficacia”.
Como vemos, son dos citas similares: repite
libertad-amor-unidad-vida, en el contexto del compromiso con Dios que, si bien
vincula, al mismo tiempo libera. Libertad no es ausencia de relaciones, sino
capacidad de darse. El que toma el yugo de Cristo es más libre que, por
ejemplo, el hijo pródigo, quien terminó esclavo de sus vicios.
Los dos conceptos distintos son: en la
homilía se añade que esa vida la ganó en la Cruz, en la estación
dirá que es la eficacia. Se trata de un peso que es amor. Puestos a sufrir –la
vida del hombre en la tierra es una milicia, había dicho Job-, mejor hacerlo
por caridad que por egoísmo, mejor buscar la alegría de Dios que nuestro
pequeño capricho. El descanso para nuestras almas está en llevar tu yugo,
Señor, y aprender de tu mansedumbre y tu humildad.
Llama la atención otra homilía de San Josemaría
(Amigos de Dios, 28) dice que el alma enamorada conoce que, cuando viene el
dolor, “se trata de una impresión pasajera y pronto descubre que el peso es ligero y la carga suave, porque lo lleva
Él sobre sus hombros, como se abrazó al madero cuando estaba en juego nuestra
felicidad eterna”. Por eso dice que el yugo es la vida que el Señor nos
ganó en la Cruz: porque el yugo es el madero que él abrazó. De ese modo, él
toma sobre sus hombros nuestras contradicciones y por eso aligera nuestra carga.
Es nuestro cirineo.
Mons. Echevarría resume esta idea resaltando
que Jesús “nos propone un intercambio: darle
lo que nos pesa y tomar nosotros su carga. Saldremos ganando, "porque mi yugo es suave y mi carga ligera".
Nos mueve a abandonar en El nuestra
soberbia, que tantas fatigas nos procura, y a revestirnos su humildad, que permite considerar las cuestiones en
su verdadera dimensión, sin exagerar las dificultades. A mudar nuestra ira y nuestra arrogancia, por su mansedumbre. Siempre
un cambio a nuestro favor: cargamos sobre Él la opresión que nuestros vicios y
pecados merecen, y conseguimos las virtudes y la paz que Él nos trae. Nos llama
a canjear el desordenado amor propio,
por ese amor de Dios que se entrega a todos” (Eucaristía y vida cristiana).
¡Cuántas manifestaciones podríamos comentar
de la humildad! Por ejemplo: Humildad de corazón es darse cuenta de que el
apostolado es de Dios, no nuestro. Que lo que atrae y conquista a las almas es
la gracia de Dios, la fuerza del Evangelio, y no nuestras pobres palabras
humanas -aunque hay que preparar muy bien lo que vayamos a decir-.
La mejor
preparación del apostolado, de la predicación, de la caridad, es
"gastar" tiempo delante del Sagrario, "perder" esos minutos
adorando, desagraviando, pidiendo perdón, intercediendo por tantas almas y
tantos asuntos: encomendándolos a Dios para que sea Él quien haga su obra,
antes, más y mejor: "mi yugo es la eficacia". Humildad es esforzarse por hacer muy bien la oración, es lo
que San Agustín resumía diciendo que primero está la oración y después la
peroración.
Otra manifestación de humildad es no perder
la paz cuando palpamos nuestras miserias: contar con el poder de Dios. Es lo
que predicaba San Josemaría: “De su amor y para su Amor vivo yo, a pesar de mis miserias
personales. Y a pesar de esas miserias, quizás por ellas, es mi Amor un amor
que cada día se renueva”.
Podríamos poner otros muchos ejemplos
concretos de humildad y mansedumbre, pero me parece que la mejor manera de
hacerlo es con una especie de radiografía de la vida interior, que nos
mostrará la verdad de aquellas palabras de Cervantes, quien decía que “es la
base y fundamento de todas las virtudes, y sin ella no hay ninguna que lo sea”.
La radiografía nos la da el punto 259 de
Surco:
- "La oración" es la humildad
del hombre que reconoce su profunda miseria y la grandeza de Dios, a quien se
dirige y adora, de manera que todo lo espera de Él y nada de sí mismo.
- "La fe" es la humildad de
la razón, que renuncia a su propio criterio y se postra ante los juicios y la
autoridad de la Iglesia.
- "La obediencia" es la humildad de la voluntad, que se
sujeta al querer ajeno, por Dios.
- "La castidad" es la
humildad de la carne, que se somete al espíritu.
- "La mortificación" exterior
es la humildad de los sentidos.
- "La penitencia" es la
humildad de todas las pasiones, inmoladas al Señor.
–La humildad es la verdad en el camino de la
lucha ascética.
Acudamos a la Virgen Santísima, quien decía
que el Señor la había llamado porque se había fijado “en la humildad de su
esclava”, y pidámosle que nos alcance la audacia para que nos decidamos a llevar
sobre nosotros el yugo de su Hijo y a aprender de Él, que es manso y humilde de
corazón. Que de ese modo, Madre nuestra, encontremos el verdadero descanso para
nuestras almas: porque su yugo es suave y
su carga es ligera.
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