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Dar fruto

El Evangelio de san Lucas puede dividirse en tres grandes partes: el ministerio inicial en Galilea, el siguiente, en la subida a Jerusalén y, por último, los acontecimientos finales en la Ciudad Santa. La escena que contemplaremos a continuación se sitúa en el largo ascenso hacia la ciudad en la que el Señor daría su vida por nosotros. Entre las diversas enseñanzas que el Evangelio reseña, hay una serie sobre el Reino anunciado, por lo que se llama el “anuncio escatológico” (Lc 13). Después de algunas parábolas como la del rico insensato o la del administrador, san Lucas describe el diálogo con unos testigos que se presentan a contar a Jesús lo de los galileos, cuya sangre había mezclado Pilato con la de los sacrificios que ofrecían. En el fondo está la mentalidad hebrea de la época, que sugería que, detrás de las contrariedades o las deformaciones, estaba el castigo de un pecado. Es lo que se evidencia en la pregunta que le hicieron al Señor sobre el ciego de nacimiento (Jn 9,2

La transfiguración del Señor

La liturgia contempla dos veces en el año el misterio de la transfiguración de Cristo: el segundo domingo de Cuaresma y el 6 de agosto, cuarenta días antes de la Exaltación de la Cruz. En ambos casos, la Iglesia nos muestra esta escena como anticipo de la resurrección gloriosa, que será fruto del sacrificio en el Calvario. Así como el bautismo fue el umbral para el inicio de la vida pública de Jesucristo, la transfiguración es como una obertura para la recta final de su vida en la tierra (cf. CEC 556). Jesús tomó a Pedro, a Juan y a Santiago y subió a lo alto del monte para orar (Lc 9,28-36). El Señor asciende al Tabor, un cerro de 588 metros de altura, pero que se ve más grande en medio del desierto galileo. Lo acompañan los mismos tres discípulos que más tarde lo verán padecer en la oración del huerto de Getsemaní. «De nuevo nos encontramos —como en el Sermón de la Montaña y en las noches que Jesús pasaba en oración— con el monte como lugar de máxima cercanía de Dios» (Benedict

Epifanía: "vieron al niño con María y lo adoraron".

Una estrella que supera al sol en luz y hermosura, anuncia que, con carne humana, Dios ha venido a la tierra (Himno de la Liturgia de las horas). En la segunda semana de Navidad se conmemora la manifestación pública, universal si se quiere, de la gloria del Hijo de Dios a los pueblos de la tierra. San León Magno predica que «la misericordiosa providencia de Dios, que ya había decidido venir en los últimos tiempos en ayuda del mundo que perecía, determinó de antemano la salvación de todos los pueblos en Cristo». Una consideración muy oportuna para el año de la misericordia, destacar que la Encarnación de Jesucristo y su paulatina revelación a todas las gentes procede del corazón clemente del Señor. Como anuncia el profeta Isaías, el Niño es Luz para los gentiles que andaban en tinieblas (60,1-6). Desde entonces, continúa iluminando las mentes de las personas rectas que buscan, quizá a tientas, la verdad de su vida, del universo que habitan, del Dios que explica su origen y su dest

Navidad del Año de la misericordia

Cada año la liturgia nos ayuda a revivir los principales misterios de la vida de Cristo: desde su nacimiento en Belén hasta el triduo pascual. En Navidad, nos servimos de los Evangelios de la infancia y también de la oración de los santos, que nos ayudan a profundizar en el sentido profundo de estos momentos de la vida de nuestro Señor, para no correr el riesgo de quedarnos en sentimentalismos estériles. Contemplemos, por ejemplo, unas palabras de san Josemaría: « Dios nos enseña a abandonarnos por completo. Mirad cuál es el ambiente, donde Cristo nace. Todo allí nos insiste en esta entrega sin condiciones » (Carta 14-II-1974, n. 2. Citado por Echevarría J., Carta Pastoral, 1-XII-2015. Subrayados añadidos). Pongamos nuestras miradas en el pesebre de Belén. Observemos al Niño, inerme, generoso, entregado por completo en las manos de los hombres. Y contemplemos la donación total de María y de José. Cada uno a su modo, los tres miembros de la Sagrada Familia viven una entrega sin c

Inmaculada Concepción: Causa de nuestra alegría, Virgen purísima y Madre de misericordia.

La liturgia que celebra la Solemnidad de la Inmaculada Concepción de María nos ayuda a considerar varios aspectos de la piedad filial mariana. En concreto, podemos meditar sobre tres jaculatorias dirigidas a la Virgen: Causa de nuestra alegría, Virgen purísima y Madre de misericordia. Causa de nuestra alegría, en primer lugar. La antífona de entrada nos pone desde el comienzo en un ambiente de júbilo: Desbordo de gozo en el Señor, y me alegro con mi Dios: porque me ha puesto un traje de salvación, y me ha envuelto con un manto de justicia, como novia que se adorna con sus joyas (Is 61,10). Estas palabras corresponden a la exclamación del pueblo de Dios agradecido por haber experimentado la misericordia y el consuelo de Dios durante el duro camino de vuelta desde el exilio de Babilonia (Cf. Benedicto XVI. Homilía, 13-V-2010). San Juan Pablo II dice que es como un Magníficat . Desbordo de gozo en el Señor, y me alegro con mi Dios . Es la primera idea de esta festividad, una invi

Misión e instrucción a los Doce

Veíamos en la anterior meditación que Jesús manifestaba su misericordia enseñándonos a rezar al Señor de la mies que mande trabajadores a su mies . Sin embargo, La perícopa evangélica del Adviento complementa la invitación a rezar con el llamado «discurso apostólico», que Jesús pronunció inmediatamente después de que llamó a sus doce discípulos y les dio autoridad para expulsar espíritus inmundos y curar toda enfermedad y toda dolencia . Con la llamada, Jesús les asigna una misión: Id a las ovejas descarriadas de Israel. Id y proclamad que ha llegado el reino de los cielos. Curad enfermos, resucitad muertos, limpiad leprosos, arrojad demonios. Gratis habéis recibido, dad gratis . Podemos notar un paralelismo con los tres verbos que resumían la misión de Cristo al comienzo de su apostolado: acompañar, enseñar y curar –en sus diversas manifestaciones: curaciones espirituales y materiales-. El motivo por el cual consideramos este pasaje en pleno Adviento es para que veamos que los

Rogad al dueño de la mies que mande trabajadores a su mies

I. El profeta Isaías es el protagonista de los primeros días del Adviento. Hemos considerado esta semana, en primer lugar, el capítulo 11, cuando anuncia sus “Promesas de paz” ante la destrucción causada por la invasión asiria. La primera profecía consiste en que brotará un “nezer”, un renuevo (vivo) del tronco (seco) de Jesé, y de su raíz florecerá un vástago. Sobre él se posará el espíritu del Señor . Más adelante, en el capítulo 25, hemos considerado el banquete del Señor, que la liturgia relaciona claramente con el salmo 22 (Habitaré en la casa del Señor por años sin término) y con la multiplicación de los panes (Mt 15), mostrando así que la profecía se cumplió con el nacimiento de Jesús en la “casa del pan” que es Belén. También hemos meditado sobre el cántico de acción de gracias que Isaías transcribe en el capítulo 26: Que entre un pueblo justo, que observa la lealtad. El evangelio de Mateo (7,27) anuncia en qué consiste esa lealtad exigida para entrar en la ciudad