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Muerte de Juan el Bautista

Juan Bautista es el único santo del que se celebra el nacimiento y el martirio. El prefacio de la Misa hace un resumen de su vida, con los principales hitos de su relación con Jesucristo: «precursor de tu Hijo y el mayor de los nacidos de mujer, saltó de alegría en el vientre de su madre al llegar el Salvador de los hombres, y su nacimiento fue motivo de gozo para muchos. Él fue escogido entre todos los profetas para mostrar a las gentes el Cordero que quita el pecado del mundo. Él bautizó en el Jordán al autor del Bautismo, y el agua viva tiene, desde entonces, poder de salvación para los hombres. Y él dio, por fin, su sangre como supremo testimonio por el nombre de Cristo». Vamos a considerar en nuestra oración el relato de ese «supremo testimonio» según el Evangelio de san Marcos (6,14-29): Como la fama de Jesús se había extendido, el rey Herodes oyó hablar de él. Este Herodes es Antipas, hijo de Herodes el Grande, que reinaba cuando nació Jesucristo. En realidad Antipas no e

Parábolas de la semilla y del grano de mostaza

Todos tenemos, y en nuestra época parece que se notara más, la tentación de la grandilocuencia, de la ostentación, de llevarnos los méritos al sembrar árboles ya crecidos, que otros han cultivado. No es así el talante de Jesús: él se presenta, en cambio, como el sembrador abnegado, laborioso, sacrificado y humilde. En el capítulo 4 de san Marcos, relata pequeñas parábolas de corte agropecuario: El reino de Dios se parece a un hombre que echa semilla en la tierra. Él duerme de noche y se levanta de mañana; la semilla germina y va creciendo, sin que él sepa cómo. El reino de Dios es como un grano que crece por sí mismo, tiene su dinámica interna, la fuerza de una carga genética que garantiza su evolución. Necesita los cuidados del sembrador, pero este hombre no puede adjudicarse como suyos los éxitos de la cosecha. ¡Hay tantos factores que no dependen de él!: el clima, la maduración de la siembra, la ausencia de plagas o depredadores… Podemos ver en estas palabras de Jesús una

La Anunciación a María y la Encarnación del Señor

Cada 25 de marzo la Iglesia conmemora la Encarnación de nuestro Señor Jesucristo en las purísimas entrañas de la Virgen María, que es el evento con el que se llega al culmen de la Revelación. Después de la creación, del anuncio del Mesías, del envío de los profetas, los jueces, los sacerdotes y los reyes, de la liberación del pueblo hebreo de la esclavitud de Egipto, y de la tortuosa llegada a la tierra prometida, aparece la manifestación suprema del amor de Dios. Como fruto de la oración de tantas personas santas ―algunas ejemplares también por sus ejemplos de conversión― a lo largo del Antiguo Testamento: de Abel, Noé, Abraham, Moisés, David, Salomón, Melquisedec, Jonás, Job, Joaquín; y de mujeres como Susana, Sara, Débora, Raquel, Judith, Rut, Ana, Isabel, etc., llegamos a la plenitud de los tiempos, al momento esperado durante tantos siglos. Según una antigua tradición, en el 25 de marzo coinciden ―además del equinoccio de la primavera, que es el día en el que la cre

Actividad en Cafarnaún

San Marcos, en su estilo directo y gráfico, enseña desde el primer momento cuál era el talante de Jesús: lo muestra como un predicador exigente y polémico. Antes de narrar los primeros milagros, aparece el Señor en la sinagoga haciendo los primeros pasos con su grupo de discípulos (Mc 1,21-28): Y entran en Cafarnaún y, al sábado siguiente, entra en la sinagoga a enseñar; estaban asombrados de su enseñanza, porque les enseñaba con autoridad y no como los escribas. Es significativo que la liturgia (domingo IV-B) relaciona este pasaje con el capítulo 18 del Deuteronomio, en el que Moisés promete al pueblo un nuevo profeta: El Señor, tu Dios, te suscitará de entre los tuyos, de entre tus hermanos, un profeta como yo . Con esta promesa comienza Benedicto XVI su libro sobre Jesús de Nazaret. Llama la atención que Dios no promete un nuevo rey, como David, sino un nuevo profeta, al estilo de Moisés. El papa alemán expone el contexto en el que se anuncia esa promesa: en medio de un a

El Bautismo del Señor

El tiempo de Navidad, uno de los tiempos fuertes del año litúrgico, termina con la celebración del Bautismo del Señor. La narración de san Marcos es, como en el resto de su Evangelio, escueta y directa (1,7-11): Llegó Jesús desde Nazaret de Galilea y fue bautizado por Juan en el Jordán. Apenas salió del agua, vio rasgarse los cielos y al Espíritu que bajaba hacia él como una paloma. Se oyó una voz desde los cielos: «Tú eres mi Hijo amado, en ti me complazco». Ese misterio de la vida de Cristo tiene un estrecho vínculo con la Epifanía y con el milagro de las bodas de Caná. Como dice la Antífona de las laudes del 6 de enero, «hoy la Iglesia se ha unido a su celestial Esposo, porque, en el Jordán Cristo la purifica de sus pecados; los magos acuden con regalos a las bodas del Rey, y los invitados se alegran por el agua convertida en vino». Los Padres de la Iglesia también unen estas festividades. Por ejemplo, san Proclo enseñaba: «El agua del diluvio acabó con el género humano;