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¿También vosotros queréis marcharos?

En medio de la contemplación del relato de San Marcos, que es el autor que consideramos este año,  llegamos al final del  excursus eucarístico  que hemos hecho durante cinco semanas,  escuchando el capítulo sexto del Evangelio de San Juan,  Ya hemos presenciado en nuestra oración la multiplicación de los panes y de los peces, la oración de Jesús, el sermón de la sinagoga en el que se presentaba como el Pan bajado del cielo, necesario para la vida eterna. Ante el realismo de su predicación ( el que no come mi carne y no bebe mi sangre no tiene vida ), el auditorio queda enfrentado a lo que San Pablo llamaba el “escándalo” de Cristo. Las palabras del Señor son radicales y la respuesta debe ser igual: no caben medias tintas. Por eso San Juan continúa su relato: Al oír esto, muchos de sus discípulos dijeron: —Es dura esta enseñanza, ¿quién puede escucharla? Duele ver que, justo después del anuncio del don más grande, de la promesa del sacramento del amor, surja esta reacción en

El Pan para la vida del mundo

Después de tres domingos contemplando el capítulo sexto del Evangelio de San Juan, llegamos hoy al núcleo de la homilía que predica Jesús en la sinagoga de Cafarnaúm. Recordemos que, a lo largo de cincuenta versículos, el Señor ha ido orientando su discurso hacia la verdad central que quiere transmitir: Jesús se manifiesta como la Palabra que se encarnó para enseñarnos el Camino, la Verdad y la Vida. Pero no solo eso:  t ambién está dispuesto a sacrificarse, a entregarse en la Cruz para que podamos comulgar con Él en la Eucaristía. Por eso comenzamos hoy nuestro comentario con estas palabras clarísimas: Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo. Si alguno come este pan vivirá eternamente; y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo. Esta última afirmación equivale a la fórmula de consagración eucarística que aparece en los evangelios sinópticos ( esto es mi cuerpo entregado por vosotros, este es el cáliz de mi sangre derramada por muchos ). Yo soy el pan viv

El pan bajado del cielo

Continuamos con el capítulo sexto del Evangelio de San Juan. La escena se desarrolla en la sinagoga de Cafarnaún, estamos en medio de una homilía predicada por Jesucristo, que podría llamarse «el sermón del Pan de vida». Después de la revelación que contemplamos la semana pasada, en la que el Señor les declaraba a sus oyentes que Él mismo era la Palabra anunciada en el Antiguo Testamento, los judíos, entonces, comenzaron a murmurar de él por haber dicho: «Yo soy el pan que ha bajado del cielo» . Este verbo, murmurar, inicia el diálogo que consideramos hoy. Se remonta a la murmuración del pueblo hebreo en contra de Moisés, en la peregrinación por el desierto. Ahora, Jesús — nuevo Moisés — queda expuesto a idéntico escepticismo. Y decían: —¿No es éste Jesús, el hijo de José, de quien conocemos a su padre y a su madre? ¿Cómo es que ahora dice: «He bajado del cielo»? Una vez más, la gente se pregunta cómo puede ser el Mesías un hombre al que conocieron de niño. Sin embargo,

La Transfiguración del Señor

Celebramos hoy un misterio de la vida de Cristo, que también conmemoramos todos los segundos domingos de cuaresma: la Transfiguración del Señor. Tanto en oriente como en occidente se celebra el seis de agosto, cuarenta días antes de la fiesta de la Exaltación de la Cruz (catorce de septiembre), aludiendo a una tradición según la cual la Transfiguración ocurrió cuarenta días antes de la crucifixión. La primera lectura (Dn 7,9-14) presenta la escena del juicio final. Aparece la figura del Hijo del Hombre, cuyo reinado no tendrá fin, y que el mismo Jesucristo se aplicará a Sí mismo: Durante la visión, vi que colocaban unos tronos, y un anciano se sentó; su vestido era blanco como nieve, su cabellera como lana limpísima; su trono, llamas de fuego; sus ruedas, llamaradas (…). Mientras miraba, en la visión nocturna vi venir en las nubes del cielo como un hijo de hombre, que se acercó al anciano y se presentó ante él. Le dieron poder real y dominio; todos los pueblos, naciones y len

El Pan de vida

Después de la multiplicación de los cinco panes y los dos peces, Jesús se dirige a Cafarnaún huyendo de la multitud, que estaba dispuesta a hacerlo rey temporal de sus aspiraciones políticas. Cuando la multitud vio que ni Jesús ni sus discípulos estaban allí, subieron a las barcas y fueron a Cafarnaún buscando a Jesús.   Y al encontrarle en la otra orilla del mar, le preguntaron: —Maestro, ¿cuándo has llegado aquí?   Jesús les respondió: —En verdad, en verdad os digo que vosotros me buscáis no por haber visto los signos, sino porque habéis comido los panes y os habéis saciado.   Obrad no por el alimento que se consume sino por el que perdura hasta la vida eterna, el que os dará el Hijo del Hombre, pues a éste lo confirmó Dios Padre con su sello. Estamos en la sinagoga de Cafarnaún, como explicará Juan al final de este discurso (v.59). El Señor confronta las aspiraciones materiales de aquella muchedumbre y les invita a levantar la mirada, a darse cuenta de las maravillas qu

El descanso cristiano

Después de la misión apostólica, Marcos relata el regreso de los discípulos que le cuentan a Jesús todas las peripecias de sus correrías apostólicas: Reunidos los apóstoles con Jesús, le explicaron todo lo que habían hecho y enseñado. Le narran los milagros, las curaciones, los exorcismos; pero también la doctrina que estuvieron predicando, lo que habían aprendido a su lado. Y les dice: —Venid vosotros solos a un lugar apartado, y descansad un poco. Llama la atención esta actitud paternal del Señor, su preocupación por los detalles más pequeños, su cuidado por aquel grupo de discípulos, que conforman su nueva familia, en la que Él atiende incluso lo más material, como el descanso. Tenemos que aprender del Señor a cuidar de esos tiempos de pausa en el trabajo, tan necesarios para recuperar las fuerzas físicas pero también para no dejarnos apabullar por la barahúnda del movimiento social en el que nos movemos. Descansar es parte importante de la santificación de la vida co

Nadie es profeta en su tierra

Después de la manifestación de fe de Jairo y de la hemorroísa, san Marcos (6,1-6) pone como en un díptico el cuadro con la reacción de los paisanos de Jesús: Saliendo de allí se dirigió a su ciudad y lo seguían sus discípulos. Cuando llegó el sábado, empezó a enseñar en la sinagoga. Después de una serie de signos que confirmaron a sus discípulos en la fe (¿Por qué tenéis miedo? , ¿Aún no tenéis fe?, había recriminado en el episodio de la tempestad calmada; Hija, tu fe te ha salvado. Vete en paz y queda curada de tu enfermedad, fue el reconocimiento para la hemorroísa ; No temas; basta que tengas fe, las palabras de ánimo para Jairo), san Marcos ambienta la expectativa por la reacción que tendrían los parientes y vecinos de Jesús cuando regresa a su tierra natal, a su « patria » . Entre los asistentes al culto estarían los vecinos de toda la vida, de los que se había despedido un par de años atrás, al marcharse a iniciar su vida pública en Cafarnaúm. Estarían los parientes, lo