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Santísima Trinidad

Desde el lunes pasado hemos recomenzado el tiempo ordinario. Ya pasaron los cincuenta días de la Pascua y nos disponemos a celebrar, con la cadencia de la vida de trabajo cotidiano, el misterio de la Redención que Cristo hizo de nuestro tiempo terrenal.  Cada año, el regreso al período ordinario está marcado por grandes solemnidades, que nos ayudan a poner los ojos en los misterios centrales de nuestra fe. Y el primero de ellos es el de la Santísima Trinidad (Cf. Compendio, n. 44). No es fácil entender este misterio, a pesar de que Dios mismo dejó “huellas de su ser trinitario en la Creación y en el Antiguo Testamento” (Cf. Id., n. 45). El propio Catecismo dice que, si Cristo no lo hubiera revelado, no lo hubiéramos alcanzado. ¡Gracias a Dios, que se encarnó y nos envió su Espíritu! Si no, estaríamos como la famosa anécdota de San Agustín, tratando de llenar el huequito de nuestra mente con la inmensidad del mar divino. Imagino que algún lector más crítico –no en mal pl

Pentecostés

Celebramos hoy la fiesta de Pentecostés. Este nombre significa, simplemente, que han pasado cincuenta días desde la Pascua. También los judíos celebraban esta Solemnidad con una peregrinación a Jerusalén para agradecer a Dios el don de la tierra y la primera cosecha del grano. A esa dimensión natural, la religión hebrea añadió la gratitud por la Alianza. San Lucas describe, en el libro de los Hechos, que después de la Ascensión del Señor los apóstoles estaban “ en un mismo lugar. Y de repente sobrevino del cielo un ruido, como de un viento que irrumpe impetuosamente, y llenó toda la casa en la que se hallaban. Entonces se les aparecieron unas lenguas como de fuego, que se dividían y se posaban sobre cada uno de ellos. Quedaron todos llenos del Espíritu Santo y comenzaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les hacía expresarse ” (Hch 2,1-4). Para el cristianismo, Pentecostés significa la venida del Espíritu de Jesús. Es una buena ocasión para hablar con el Señor de

Ascensión del Señor

Cuarenta días después del triduo pascual  celebramos la fiesta de la Ascensión del Señor a los cielos. Lucas describe este evento en los Hechos de los Apóstoles de modo sucinto: mientras ellos lo observaban, se elevó, y una nube lo ocultó a sus ojos .  Antes, narra el diálogo de despedida: Los que estaban reunidos allí le hicieron esta pregunta: —Señor, ¿es ahora cuando vas a restaurar el Reino de Israel?  Él les contestó: —No es cosa vuestra conocer los tiempos o momentos que el Padre ha fijado con su poder,  sino que recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que descenderá sobre vosotros, y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría, y hasta los confines de la tierra. Benedicto XVI explicaba que “el significado de este último gesto de Cristo es doble. Ante todo, al subir al cielo revela de modo inequívoco su divinidad: vuelve al lugar de donde había venido, es decir, a Dios, después de haber cumplido su misión en la tierra. Además, Cristo sube al cielo con

Camino, Verdad y Vida

El contexto del Evangelio que se lee el V domingo de Pascua es la última cena. Acaba de salir Judas del cenáculo, por lo que Jesús ha recuperado esa intimidad que extrañaba con la presencia de aquel pobre hombre, que estaba sordo para su última revelación. Quizá algunos se dieron cuenta del momento en que Jesús le hizo ver a ese discípulo que sabía de su traición, tratando de moverlo a la conversión. Y al ver que se iba después de las palabras “lo que vas a hacer, hazlo pronto”, sentirían inquietud interior. El ambiente era tenso, varios habían perdido la serenidad. Por eso, Jesús sale al paso diciendo: No se turbe vuestro corazón. Creéis en Dios, creed también en mí. Un llamado a la fe, que hará más falta que nunca en las próximas horas. Dice el Catecismo ( 53) que la fe es una gracia, un don de Dios, una virtud sobrenatural infundida por él; pero que al mismo tiempo es un acto humano : “en la fe, la inteligencia y la voluntad humanas cooperan con la gracia divina”. Por eso le pe

Jesús y los discípulos de Emaús

Estamos celebrando la Resurrección del Señor. Y podemos meditar un pasaje del Evangelio muy significativo, que ocurre el mismo domingo de Pascua, ya entrada la tarde. Dos discípulos regresan a su pueblo, situado a unos 12 kms de Jerusalén. La caminada era considerable y más en las circunstancias en que se encontraban: “Iban conversando entre sí de todo lo que había acontecido” . Todos hemos tenido la experiencia del entierro de un pariente: al regreso a casa, hay un sentimiento de ausencia, de dolor, mezclado con un esfuerzo por tratar de hacer una vida normal para no afectar a los demás. Si se trata de dos amigos que compartían la amistad con el difunto, conversan entre ellos de él, de los ratos que pasaron juntos, se prometen encomendarlo… Si la muerte ha sido traumática, en todos los casos se habla del accidente, se comenta la transitoriedad de la existencia y, al final de la jornada, se conversa una y otra vez de todo lo que había acontecido. Más o menos así debería ser la c

La resurrección de Lázaro

Llegamos al quinto domingo de Cuaresma, tiempo en el que la liturgia de la Palabra nos ha ayudado a acompañar a Jesús en su camino hasta la muerte en la Cruz. En el Evangelio de hoy, Juan narra un milagro que determina la condena a muerte de Jesús. Ya ha llegado su hora. Y precisamente es un signo de corte mayor: la resurrección de un muerto. De esta manera, como dice Perkins, Jesús da la vida y recibe la muerte. La escena se desarrolla en un pequeño poblado que está a tres kilómetros de Jerusalén, llamado Betania. Es conocido porque allí se quedaba Jesús en casa de unos amigos muy especiales: los hermanos Lázaro, María y Marta. San Juan dice que “los amaba”. A pesar de esa relación tan especial, el Señor esperó dos días antes de ir a visitarlos, aunque sabía que Lázaro estaba muy enfermo. Como siempre, Jesús actuó con pleno conocimiento de lo que hacía: “Esta enfermedad no es de muerte, sino para gloria de Dios, a fin de que por ella sea glorificado el Hijo de Dios”. Desde el com