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Luz del mundo

Estamos en los comienzos del tiempo ordinario de un nuevo año litúrgico, y comentaremos en estas semanas el Evangelio de Mateo, que se caracteriza por mostrar a Jesús como el Mesías prometido. En el tercer domingo, nos presenta al Maestro que comienza su ministerio en Galilea. Acaban de pasar las tentaciones del desierto, y el evangelista presenta a Jesús en esa zona con un fin específico: mostrar que en Él se cumplen las promesas del Antiguo Testamento. ¿Por qué comienza en Galilea su vida pública? En aquel entonces, aquella región se denominaba “Galilea de los gentiles” o “de los paganos”. Había sido un destino de deportación de inmigrantes que el Imperio enviaba desde diversas zonas. De ahí el nombre. Y quizá por eso exclamará Natanael: ¿de Nazaret puede venir algo bueno? Por eso, explica Benedicto XVI, Mateo afronta la “sorpresa de que el Salvador no viniera de Jerusalén y Judea, sino de una región que ya se consideraba medio pagana”. De este modo, lo que podría considerarse una

Humildad: conviene que Él crezca

En esta última semana de Navidad, hemos visto a Jesús como el Mesías anunciado. Sus obras milagrosas lo confirman: la multiplicación de los panes y de los peces, su caminar sobre las aguas, la curación del leproso. Hoy, la Liturgia de la  Palabra nos aproxima a la celebración del Bautismo del Señor, que será el próximo domingo: Jesús fue con sus discípulos a la región de Judea, y allí convivía con ellos y bautizaba. También Juan estaba bautizando en Ainón, cerca de Salim, porque allí había mucha agua, y acudían a que los bautizara–porque aún no habían encarcelado a Juan.  El cuarto Evangelio nos muestra a San Juan Bautista cumpliendo su misión de Precursor. Él anuncia la inminente llegada del Mesías e insiste en la importancia de prepararse con una conversión radical. Las multitudes se congregan para escuchar este mensaje y responden con generosidad a su propuesta: hacen una especie de confesión general de sus pecados ante Juan y manifiestan su deseo de enmienda con el símbolo ex

Jesús camina sobre las aguas

En el capítulo sexto de Marcos aparece una de las multiplicaciones milagrosas del pan, símbolo de la futura institución de la Eucaristía. Inmediatamente después, el discípulo de Pedro pone a nuestra consideración otra escena milagrosa de Jesús, para manifestar su naturaleza divina: “Y enseguida mandó a sus discípulos que subieran a la barca y que se adelantaran a la otra orilla junto a Betsaida, mientras él despedía a la multitud”. Los apóstoles obedecen a lo que el Señor les manda. Ya saben quién es su Maestro, que da de comer a las multitudes, que cumple la profecía de Ezequías: Él mismo es el pastor, que guía y alimenta a su pueblo. Ya han aprendido a obedecer, y no ponen obstáculos. Podrían preguntar: ¿cómo llegarás Tú? ¿No será mejor si dejamos una barca, con dos de los nuestros para esperarte? Enséñanos, Señor, a obedecer prontamente como estos apóstoles, sin poner trabas, confiando en la fuerza eficaz de tu palabra. Y después de despedirlos, se retiró al mon

Navidad: El pueblo que andaba en tinieblas vio una gran luz

Después de casi un mes de Adviento, llegamos hoy a Belén. Esta escena ha despertado siempre en las personas santas sentimientos tiernos y recios a la vez, como se nota en una obra de San Josemaría: “al hilo de la espera santa de María y de José, yo también espero, con impaciencia, al Niño. ¡Qué contento me pondré en Belén!: presiento que romperé en una alegría sin límite” (Surco, 62). Hoy nos ponemos contentos en Belén. Quisiéramos también romper en alegría sin límite, la alegría de la conversión, de nacer de nuevo con Él, para comunicarla a muchas almas . Ya en la primera lectura (Is 9, 1-3.5-6) palpamos en qué consiste el Amor divino: “El pueblo que caminaba en tinieblas vio una gran luz, a los que habitaban en tierra de sombras de muerte, les ha brillado una luz. Multiplicaste el gozo, aumentaste la alegría”. Este canto es un himno de acción de gracias, celebra que el Señor ha liberado al pueblo de la opresión. ¿Y en qué consiste esa luz liberadora? Consiste en que el profet

El pesebre y la Cruz

Un día antes de celebrar la Navidad, seguimos considerando los prolegómenos que Lucas relata antes de narrar el nacimiento de Jesús en Belén. Después de las escenas de la visitación y del canto del Magnificat, en las que contemplábamos a María como ejemplo de servicio y de humildad, la atención recae en la imposición del nombre a Juan el Bautista: a Isabel le llegó el tiempo del parto, y dio a luz un hijo. Y sus vecinos y parientes oyeron la gran misericordia que el Señor le había mostrado y se congratulaban con ella. El día octavo fueron a circuncidar al niño, y querían ponerle el nombre de su padre, Zacarías. Pero su madre dijo: —De ninguna manera, sino que se llamará Juan.  Se trata de un pasaje lleno de alegría, pues el pueblo ve que el Señor ha cumplido sus promesas. Como había dicho el ángel, para Dios no hay nada imposible . La ceremonia expresa que Juan forma parte del pueblo hebreo, como también lo hará Jesús más adelante. Vemos a Isabel como ejemplo de obediencia a l

María, modelo de humildad

Se acerca la Navidad, y la liturgia pone a nuestra consideración un acontecimiento que sucedió poco tiempo después de que el ángel anunciara a María la concepción virginal del Hijo de Dios. En aquella ocasión, San Gabriel le dio un signo a Nuestra Señora con el fin de confirmar que para Dios nada es imposible: “ahí tienes a Isabel, tu pariente, que en su ancianidad ha concebido también un hijo, y la que llamaban estéril está ya en el sexto mes”. María ve en aquellas palabras un compromiso de ayudar a su prima y, sin ninguna dilación, emprende el camino hacia Aim Karem, a unos tres días de viaje, probablemente con la compañía de José. En el episodio de la visitación, Lucas señala dos eventos: en primer lugar, el saludo de las dos madres, con la exclamación de Isabel que recordamos cada día al rezar el Ave María: “bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre”. Después, el evangelista transmite el himno del Magnificat, que es una alabanza de la Virgen al poder miserico

San José y la voluntad de Dios

Llegamos al último domingo antes de la Navidad y la liturgia nos ayuda a prepararnos para celebrar esta solemnidad. En la primera lectura, aparece la famosa profecía de Isaías 7,14, tan fácil de memorizar (7x2=14). En ella, aparece el profeta delante del rey Ajaz, animándolo a que no haga alianzas con otros reyes, sino a confiar en que el Señor estará con él. Para garantizar la seriedad de su consejo, lo invita a pedirle un signo, que sea la muestra de que Dios está de su parte. Como el rey ya tiene la decisión tomada en contra, se justifica con un prejuicio Pseudo-religioso: “no lo pediré y no tentaré al Señor”. Entonces el profeta responde: -“Escuchad, casa de David: « ¿Os parece poco cansar a los hombres para que canséis también a mi Dios? Pues bien, el propio Señor os da un signo. Mirad, la virgen está encinta y dará a luz un hijo, a quien pondrán por nombre Emmanuel”. La palabra original puede entenderse simplemente como “muchacha”: cuando al poco tiempo la joven espo