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Lázaro y el epulón

En la parte final del capítulo 16, Lucas redondea las enseñanzas previas sobre las riquezas con la narración del rico epulón y del pobre Lázaro, único protagonista de una parábola que aparece con nombre propio, que significa “Dios ayuda”: " Había un hombre rico que vestía de púrpura y lino finísimo, y todos los días celebraba espléndidos banquetes. En cambio, un pobre llamado Lázaro yacía sentado a su puerta, cubierto de llagas, deseando saciarse de lo que caía de la mesa del rico. Y hasta los perros venían a lamerle las llagas" . En principio, el rico no hace nada malo: simplemente vive bien, de acuerdo con sus circunstancias. Pero San Jerónimo le reprocha vivamente: “A aquel ricachón que vestía de púrpura y vivía a cuerpo de rey no se le acusa de ser un avaro, un ladrón o un adúltero, ni de haber hecho nada malo; lo único que se le reprocha es su soberbia. ¡Oh, tú, el más desdichado de los hombres! ¿Estás viendo yacer ante tu puerta una parte de tu cuerpo y no si

El administrador infiel

Una vez concluida la primera parte del Evangelio de Lucas, en la que se exponen las enseñanzas de Jesús en Galilea, el médico evangelista nos ofrece otra serie de parábolas y enseñanzas, pronunciadas de camino a Jerusalén. Comienza con un discurso acerca de las riquezas ―la «parábola del administrador infiel»― (16,1-13): Había un hombre rico que tenía un administrador, al que acusaron ante el amo de malversar la hacienda. Le llamó y le dijo: «¿Qué es esto que oigo de ti? Dame cuentas de tu administración, porque ya no podrás seguir administrando». Nos habla del juicio, de que en algún momento tendremos que dar cuenta de nuestra administración. Al morir, desde luego, tendremos ese diálogo de amor con nuestro Dios, en el que se valorará qué tanto lo hemos amado, y se nos premiará con misericordia por nuestros pobres esfuerzos para ser buenos hijos suyos. También, con toda justicia, se verá el modo de purificarnos de nuestras escorias en la caridad con Dios y con nuestros herm

misericordia y conversión

Se le acercaban todos los publicanos y pecadores para oírle. Pero los fariseos y los escribas murmuraban diciendo:  —Éste recibe a los pecadores y come con ellos. Lucas nos presenta de nuevo un panorama conflictivo. Los fariseos y los escribas critican a Jesús por su actitud abierta a los pecadores –recordemos que Mateo, publicano de profesión, era discípulo suyo- y porque llegaba al extremo de compartir la mesa con ellos. Este es el contexto en que leemos las tres parábolas sobre la misericordia de Dios que, según Benedicto XVI, “no quiere que se pierda ni siquiera uno de sus hijos y su corazón rebosa de alegría cuando un pecador se convierte”.  Entonces les propuso esta parábola: —¿Quién de vosotros, si tiene cien ovejas y pierde una, no deja las noventa y nueve en el campo y sale en busca de la que se perdió hasta encontrarla?  Jesús recurre al símil del pastor, muy conocido desde el Antiguo Testamento, y que en otras ocasiones se aplicará a sí mismo. Se trata de un

Vocación. Exigencias a los discípulos

Después de la escena del banquete en la que el Señor exhorta a ocupar los últimos lugares, San Lucas (Lc 14,25-33) nos presenta de nuevo a Jesús rodeado de una multitud: “Iba con él mucha gente, y se volvió hacia ellos y les dijo: —Si alguno viene a mí y no odia a su padre y a su madre y a su mujer y a sus hijos y a sus hermanos y a sus hermanas, hasta su propia vida, no puede ser mi discípulo”. Suena muy dura esta exigencia del Señor, que es el mismo que nos manda el cuarto mandamiento. Se trata de una característica de la lengua semítica, que contrapone amor y odio, pero no como los entendemos nosotros: amar y odiar significan preferir y, sobre todo, elegir. En Malaquías (1,2-3) se lee que el Señor “amó a Jacob y odió a Esaú”. En el caso de la predicación de Jesús, explica Gnilka, la dura palabra (“aborrecer” u “odiar”) no significa desligarse de sus padres, sino subordinarlos, posponerlos. En caso de que hubiera conflicto, y solo en ese caso, el que ha sido llamado tiene que prefer

Humildad. Los primeros puestos.

1. Una vez más, San Lucas presenta al Señor invitado a un banquete. Muestra, de esta forma, la actitud amistosa de Jesús, que vino para acompañarnos, para estar cerca de nosotros, hasta quedarse a nuestra disposición –hecho pan en la Eucaristía-: Un sábado, entró él a comer en casa de uno de los principales fariseos y ellos le estaban observando.  Les proponía a los invitados una parábola, al notar cómo iban eligiendo los primeros puestos. Un fariseo importante le invita, para observarlo. No es una invitación fraternal, sino una trampa o un laboratorio. Pero Jesús pasa a la ofensiva, al ver la falta de educación de los invitados, que se sentaban en los lugares privilegiados. Se trata de una actitud bastante común: incluso hay quien se sienta un poco atrás, pero como estrategia, para que lo asciendan. Es la tendencia humana al reconocimiento, a ser tenido en cuenta, a llamar la atención. Se trata, prácticamente, del primer pecado del hombre: la soberbia. El Diccionario la define

Oración humilde y perseverante. La mujer cananea (sirofenicia)

En el camino de nuestra vocación cristiana, necesariamente debemos encontrarnos con la Cruz del Señor: la mayoría de las veces, en la vida diaria: perdemos el medio de transporte, aparecen los achaques de salud, alguna amistad nos hace pasar un mal rato, somos incomprendidos –o nuestra soberbia nos lo hace creer sin justa causa-. En otras ocasiones, pueden ser temas de gran calado: la muerte de un ser querido, una enfermedad que parece incurable, etc. El Evangelio de Mateo (15,21-28) nos presenta una situación de este último tipo: Jesús ha ido con sus apóstoles “al extranjero”: Después que Jesús salió de allí, se retiró a la región de Tiro y Sidón. En esto una mujer cananea , venida de aquellos contornos, se puso a gritar: —¡Señor, Hijo de David, apiádate de mí! Mi hija está poseída cruelmente por el demonio.  Se trata de una actuación llena de audacia. Seguramente esa mujer había buscado la curación de su hija a través de mil medios distintos, sin lograrlo. Hasta que oye h

El administrador fiel y prudente

Después de la parábola del rico necio, el Señor concluye su discurso insistiendo en la necesidad de poner el corazón en el Reino de Dios, no en los bienes materiales: No temas, pequeño rebaño, porque vuestro Padre ha tenido a bien daros el reino. Vended vuestros bienes y dad limosna; haceos bolsas que no se estropeen, y un tesoro inagotable en el cielo, adonde no se acercan los ladrones ni roe la polilla. Porque donde está vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón (Lc 12,32-34) . Una señal clara de que ansiamos el Reino como el mayor don de Dios, de que tenemos puesto en él nuestro corazón, es que estamos vigilantes y preparados para la venida del Señor. Este es el anuncio del Evangelio que empezamos a considerar ahora. En primer lugar, Jesús invita a estar vigilantes predicando la parábola de los siervos del señor que vuelve de nupcias: Tened ceñida vuestra cintura y encendidas las lámparas. Vosotros estad como los hombres que aguardan a que su señor vuelva de la