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Vocación a la santidad

Celebramos hoy la fiesta de San Josemaría Escrivá, conocido por recordar en el siglo XX la llamada universal a la santidad en la vida ordinaria. Ese mensaje sigue siendo llamativo: para algunos, simplemente se trata de un mensaje “provocativamente pasado de moda”. Para otros, suena a exigencia descarnada o utópica; éstos ven la santidad como una meta inalcanzable, solo a la mano de unos pocos privilegiados –monjas, curas, frailes exóticos-, nada que ver con ellos. Les ocurre a estas personas como a los niños rusos, de los que dice Tatiana Goritcheva que, cuando les preguntaban: “¿Qué son los santos?” respondían: -Son unos señores calvos a los que les hacen estatuas”. En esta misma línea, alguna persona con un poco más de experiencia lo verá como un objetivo maravilloso, pero difícil de conseguir a la vista de la propia debilidad. Sin embargo, el Señor quiso recordar ese mensaje en pleno siglo XX y no solo con la predicación de San Josemaría. De alguna manera, es uno de lo

La Cruz de cada día

Después del banquete en casa de Simón, cuenta San Lucas que el Señor se queda a solas con sus discípulos: “Jesús estaba orando en un lugar retirado y sus discípulos se encontraban con él”. Oración de Jesús. El tercer Evangelio remarca esta faceta del Señor: antes de llamar a los apóstoles, pasó la noche en oración; antes de la Transfiguración, estaba haciendo oración; antes de los milagros, mira al Cielo y da gracias a Dios. En el pasaje de hoy –que otros evangelistas narran sin este contexto de oración- “Jesús estaba orando en un lugar retirado y sus discípulos se encontraban con él”. “Aprended de mí”, había dicho el Maestro. Es como si hoy nos dijera: aprended de mí a ser almas de oración. El Papa lo enseña con mucha frecuencia: “ante todo, hay que cuidar la relación personal con Dios, con el Dios que se nos manifestó en Cristo. (…) La pastoral tiene como misión fundamental enseñar a orar y aprenderlo personalmente cada vez más ” (Discurso, 9-XI-2006). Una frase que hace recordar

Sagrado Corazón de Jesús

Los proyectos del corazón del Señor subsisten de edad en edad, para librar las vidas de sus fieles de la muerte y reanimarlos en tiempo de hambre (Salmo 32, Antífona de Entrada). Celebramos tu amor, Señor; ese Corazón tuyo que nos amó hasta el extremo, como nadie más puede hacerlo en la tierra. Y esos proyectos de tu corazón subsisten también hoy, para librarnos de la muerte y reanimarnos en estos tiempos de tanta necesidad. Los proyectos de tu corazón quieren nuestra paz, nuestra alegría eterna, nuestra eficacia humana y sobrenatural. Teniendo en la mente esos “proyectos”, San Josemaría tuvo mucha devoción al Corazón Sacratísimo de Jesús; sabemos que desde pequeño había aprendido de sus padres aquella jaculatoria: “Sagrado Corazón de Jesús, en Vos confío. Dulce Corazón de María, sed la salvación mía” . En los años de la guerra, al constatar el poder de los enemigos de Dios, pensaba en Él: en medio de aquellas dificultades, le llenaba de paz saber que “ ¡también el Corazón de

Eucaristía y sacerdocio de Cristo

 Después de Pentecostés, fiesta con la que terminaba la Pascua, el ingreso al tiempo ordinario de la liturgia está marcado por la solemnidad de la Santísima Trinidad. Una semana más tarde, la Iglesia celebra otra fiesta grande que sintetiza la historia de la salvación: la Solemnidad del Cuerpo y la Sangre santísimos de Cristo. Con esta festividad se renueva la fe en la presencia del Señor en la Eucaristía, también en las especies consagradas que se reservan en el Sagrario después de la Misa. Además, es la fiesta del sacerdocio de Jesús. Hoy es un buen día para pensar por qué llamamos al Señor “Sumo y Eterno sacerdote”, en qué consiste su sacrificio, qué tipo de ofrendas hizo a Dios, por qué actuó de esa manera y cuáles eran su motivación última, de dónde sacaba la fuerza para realizar la liturgia de su sacrificio. En la primera lectura ( Gn 14,18-20) leemos la historia de Melquidesec, un hombre misterioso q

Santísima Trinidad

El tiempo de Pascua termina con la Solemnidad de Pentecostés, el octavo domingo después de Resurrección. Al día siguiente, recomienza el tiempo ordinario, que se había suspendido a partir del miércoles de ceniza. Sin embargo, en esta nueva etapa, la liturgia nos propone una serie de fiestas que nos ayudan a meditar en los misterios centrales de nuestra fe. En concreto, cuatro celebraciones que sintetizan la historia de la salvación: la Santísima Trinidad, el Santísimo Cuerpo y la Sangre de Cristo, el Sagrado Corazón de Jesús y, al finalizar el año, Nuestro Señor Jesucristo, Rey del Universo. Celebramos hoy la primera de estas grandes Solemnidades: la Santísima Trinidad. El Catecismo de la Iglesia (n. 234) explica que se trata del misterio central de la fe y de la vida cristiana: “Es el misterio de Dios en sí mismo. Es la fuente de todos los demás misterios de la fe, la luz que los ilumina. Es la enseñanza más fundamental y esencial en la jerarquía de las verdades de fe”.

Pentecostés: sed del agua viva

Llegamos al final del ciclo pascual. Después de casi cien días que incluyen la preparación cuaresmal, el triduo y la cincuentena pascual, celebramos hoy la Solemnidad de Pentecostés, con la que se concluye este tiempo fuerte, fortísimo, y pasamos de nuevo al ritmo corriente del tiempo ordinario en la liturgia de la Iglesia. Es un buen momento para hacer examen y ver cómo hemos aprovechado estos días en que la gracia del Señor nos facilita recomenzar nuestra vida interior, la conversión, el decidirnos a tomarnos más en serio la llamada de Dios a la santidad y al apostolado cristiano. Como la Solemnidad de Pentecostés es tan grande, la liturgia ofrece dos celebraciones: una vigilia y una Misa del día. El Evangelio de la primera está tomado de San Juan (7,37-39). Para entenderlo mejor, hay que contextualizarlo: se trata de la fiesta de los Tabernáculos, que se remontaba a la natural petición de agua abundante en una zona desértica. Los judíos la convertirían después en la celebración

Señor, tú lo sabes todo. Tú sabes que te quiero

Al final de la cincuentena pascual, leemos de nuevo el final del Evangelio de Juan (21,15-19): “Cuando acabaron de comer, le dijo Jesús a Simón Pedro: —Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos? Le respondió: —Sí, Señor, tú sabes que te quiero. Le dijo: —Apacienta mis corderos . Volvió a preguntarle por segunda vez: —Simón, hijo de Juan, ¿me amas? Le respondió: —Sí, Señor, tú sabes que te quiero. Le dijo: — Pastorea mis ovejas. Le preguntó por tercera vez: —Simón, hijo de Juan, ¿me quieres? Pedro se entristeció porque le preguntó por tercera vez: «¿Me quieres?», y le respondió: — Señor, tú lo sabes todo. Tú sabes que te quiero. Le dijo Jesús: — Apacienta mis ovejas”. Los Padres de la Iglesia ven, en este pasaje evangélico, a Jesús que actúa como Buen Pastor. Después de las negaciones de Pedro, el Señor le otorga el primado que le había anunciado: el poder de las llaves. Benedicto XVI comenta en Jesús de Nazaret: “Se confía a Pedro la misma tarea de pastor que pertenece a Jesús