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Mostrando las entradas con la etiqueta jesucristo

El sermón del monte. La plenitud de la Ley

El Evangelio de Mateo estructura la enseñanza de Jesús en torno a cinco grandes discursos, en los que algunos han visto una alusión a los cinco primeros libros del Antiguo Testamento (el Pentateuco o Torá). El primero de estos discursos es el llamado “sermón del monte”; los otros son: el misionero, el de las parábolas, el eclesiástico y el escatológico. Al comienzo del año meditamos en la Misa dominical el Discurso de la montaña. Iniciamos la andadura con las Bienaventuranzas y la invitación a ser sal de la tierra y luz del mundo. Hoy continuamos con el papel que cumple Jesús con respecto a la Ley (5,17-37): No penséis que he venido a abolir la Ley o los Profetas; no he venido a abolirlos sino a darles su plenitud. En verdad os digo que mientras no pasen el cielo y la tierra, de la Ley no pasará ni la más pequeña letra o trazo hasta que todo se cumpla. Una de las características del primer Evangelio es presentar a Jesús como el Mesías prometido (y después rechazado por su pueblo

El Buen Pastor

El capítulo décimo del Evangelio de San Juan proclama a Jesucristo como el Buen Pastor. Por eso se lee durante los cuartos domingos del tiempo de Pascua, repartido durante los tres años. Es un día en que se acostumbra rezar por los sacerdotes y que anima a la esperanza porque, como pide la oración colecta de la Misa, la Iglesia está segura de que el Señor guiará a sus fieles a la felicidad eterna del Reino, para que «el débil rebaño de tu Hijo pueda llegar seguro a donde ya está su Pastor resucitado». En el Antiguo Testamento, la figura del pastor era muy común: los pequeños ganaderos y sus hijos se encargaban de estas faenas, pero también alquilaban los servicios de personas a las que pagaban con dinero o con una parte de los productos del rebaño. Además de buscar pastos y abrevaderos por esas difíciles zonas, los pastores tenían que cuidar las ovejas de las fieras y de los ladrones. En el Éxodo estaba legislada la indemnización por los animales robados. Y si una fiera atacaba a

La Transfiguración del Señor

Celebramos hoy un misterio de la vida de Cristo, que también conmemoramos todos los segundos domingos de cuaresma: la Transfiguración del Señor. Tanto en oriente como en occidente se celebra el seis de agosto, cuarenta días antes de la fiesta de la Exaltación de la Cruz (catorce de septiembre), aludiendo a una tradición según la cual la Transfiguración ocurrió cuarenta días antes de la crucifixión. La primera lectura (Dn 7,9-14) presenta la escena del juicio final. Aparece la figura del Hijo del Hombre, cuyo reinado no tendrá fin, y que el mismo Jesucristo se aplicará a Sí mismo: Durante la visión, vi que colocaban unos tronos, y un anciano se sentó; su vestido era blanco como nieve, su cabellera como lana limpísima; su trono, llamas de fuego; sus ruedas, llamaradas (…). Mientras miraba, en la visión nocturna vi venir en las nubes del cielo como un hijo de hombre, que se acercó al anciano y se presentó ante él. Le dieron poder real y dominio; todos los pueblos, naciones y len

Jesús, el profeta

La liturgia nos presenta un texto de Moisés en el cuarto domingo del tiempo ordinario : el anuncio de la figura del profeta (Dt 18,15-20). Estos personajes, junto con los jueces, los reyes y los sacerdotes, fueron las instituciones que guiaron al pueblo de Israel. En realidad, el primer gran profeta fue Moisés mismo, quien hablaba en nombre de Dios y anunciaba el significado de los sucesos históricos, también de los futuros, por lo cual los israelitas tenían prohibido acudir a hechiceros de ningún tipo, pues con ellos estaba el único Dios. Pero en la exégesis de este pasaje se ha visto otro anuncio mesiánico: el Señor, tu Dios, suscitará un profeta como yo en medio de tus hermanos; a él lo escucharéis. Pondré mis palabras en su boca, y les dirá lo que yo le mande. En su libro Jesús de Nazaret, el Papa Benedicto explicó varias veces estas palabras: hizo notar que al final del Deuteronomio se dice con nostalgia que, a pesar de todo, no había surgido en Israel otro profeta como

Ascensión del Señor

Cuarenta días después del triduo pascual  celebramos la fiesta de la Ascensión del Señor a los cielos. Lucas describe este evento en los Hechos de los Apóstoles de modo sucinto: mientras ellos lo observaban, se elevó, y una nube lo ocultó a sus ojos .  Antes, narra el diálogo de despedida: Los que estaban reunidos allí le hicieron esta pregunta: —Señor, ¿es ahora cuando vas a restaurar el Reino de Israel?  Él les contestó: —No es cosa vuestra conocer los tiempos o momentos que el Padre ha fijado con su poder,  sino que recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que descenderá sobre vosotros, y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría, y hasta los confines de la tierra. Benedicto XVI explicaba que “el significado de este último gesto de Cristo es doble. Ante todo, al subir al cielo revela de modo inequívoco su divinidad: vuelve al lugar de donde había venido, es decir, a Dios, después de haber cumplido su misión en la tierra. Además, Cristo sube al cielo con

Camino, Verdad y Vida

El contexto del Evangelio que se lee el V domingo de Pascua es la última cena. Acaba de salir Judas del cenáculo, por lo que Jesús ha recuperado esa intimidad que extrañaba con la presencia de aquel pobre hombre, que estaba sordo para su última revelación. Quizá algunos se dieron cuenta del momento en que Jesús le hizo ver a ese discípulo que sabía de su traición, tratando de moverlo a la conversión. Y al ver que se iba después de las palabras “lo que vas a hacer, hazlo pronto”, sentirían inquietud interior. El ambiente era tenso, varios habían perdido la serenidad. Por eso, Jesús sale al paso diciendo: No se turbe vuestro corazón. Creéis en Dios, creed también en mí. Un llamado a la fe, que hará más falta que nunca en las próximas horas. Dice el Catecismo ( 53) que la fe es una gracia, un don de Dios, una virtud sobrenatural infundida por él; pero que al mismo tiempo es un acto humano : “en la fe, la inteligencia y la voluntad humanas cooperan con la gracia divina”. Por eso le pe

Las Bienaventuranzas, o los secretos del Reino

Celebramos el cuarto domingo del tiempo ordinario. Terminamos el primer mes, y ya tenemos las pinceladas maestras del cuadro que el evangelista Mateo nos ha querido pintar hasta ahora: después de las tentaciones en el desierto, aparece Jesús cumpliendo la profecía sobre la luz que ilumina a Galilea de los gentiles, el pueblo que andaba en la oscuridad.  Aquel pasaje concluía mostrando con obras la autoridad de la predicación: Jesucristo sana a todos los enfermos de distintas procedencias, después de haber llamado a los primeros discípulos. Es profeta, maestro, médico. Es el Mesías. Hoy veremos un marco distinto: ahora Mateo se desplaza de las playas de Genesaret a un monte, no sabemos cuál. Lo importante no es la ubicación geográfica, sino el simbolismo del gesto: Al ver Jesús a las multitudes, subió al monte; se sentó y se le acercaron sus discípulos; y abriendo su boca les enseñaba . El Papa (“Jesús de Nazaret”) explica que “con esta gran composición en forma de sermón, Ma