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Mostrando las entradas con la etiqueta humildad

Quien quiera ser el primero, que sea el servidor

En el capítulo noveno del Evangelio de San Marcos aparece el segundo anuncio de la pasión del Señor. El primero había sido después de la confesión de Pedro, en Cesarea de Filipo. Si la primera parte de ese Evangelio había sido la narración del ministerio de Jesús en Galilea, la segunda parte -en la que ahora estamos- se dedica al ministerio camino de Jerusalén, donde el Señor encontrará la muerte.  Nos encontramos en la recta final del relato de Marcos, y Jesús se dedica de lleno a la última formación de los Apóstoles: Salieron de allí y atravesaron Galilea. Y no quería que nadie lo supiese, porque iba instruyendo a sus discípulos.  En este contexto se dan los anuncios de la pasión, para que estén preparados cuando lleguen esos duros momentos: Y les decía: —El Hijo del Hombre va a ser entregado en manos de los hombres, y lo matarán.   Jesús anuncia que con su muerte se cumplirán las profecías del Antiguo Testamento, como la que presenta el comienzo del libro de la Sabiduría (2,

Resurrección de la hija de Jairo y curación de la hemorroísa

Después del exorcismo al endemoniado de Gerasa, Jesús atravesó de nuevo en barca a la otra orilla, se le reunió mucha gente a su alrededor y se quedó junto al mar (Mc 5,21). El Señor regresa de la zona oriental del lago, de donde había sido rechazado porque había echado a perder una numerosa piara. Para aquellas personas, fue más fuerte el dolor por la desaparición de unos cerdos que la alegría por la salud del joven coterráneo. Nosotros nos situamos junto a los doce apóstoles y la gran muchedumbre, ansiosos de escuchar las enseñanzas del Maestro. Sin embargo, una escena inesperada interrumpe la predicación: un hombre importante, miembro del consejo de ancianos de la sinagoga local, logra hacerse paso entre la multitud y acercarse a Jesucristo. Cuando llega a su presencia, hace un gesto de humildad: Se acercó un jefe de la sinagoga, que se llamaba Jairo, y, al verlo, se echó a sus pies, rogándole con insistencia: «Mi niña está en las últimas; ven, impón las manos sobre ella,

La Visitación

El mes de mayo concluye con la fiesta de la Visitación de María a su prima Santa Isabel: Por aquellos días, María se levantó y marchó deprisa a la montaña, a una ciudad de Judá; y entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel  ( Lc   1,39-56) .   El evangelista narra brevemente, casi quitando importancia, el desplazamiento de María. Se ahorra contar que es un viaje de unos tres días a lomo de mula, en los comienzos de un embarazo, con las incomodidades que conlleva (mareos, náuseas, etc.). A pesar del relato parco –detrás del cual puede estar la humildad de María- hay un detalle que muestra la ejemplaridad de nuestra Madre: marchó deprisa. Recordamos que en la Anunciación el Ángel había dejado caer, como de pasada, el detalle del embarazo de la anciana prima: Y ahí tienes a Isabel, tu pariente, que en su ancianidad ha concebido también un hijo, y la que llamaban estéril está ya en el sexto mes, porque para Dios no hay nada imposible. La Virgen podía tomarlo como una señal d

Manso y humilde de corazón

El décimo cuarto domingo del tiempo ordinario nos presenta en la primera lectura una profecía de Zacarías sobre un rey peculiar (9,9-10): Regocíjate, hija de Sión, grita de júbilo, hija de Jerusalén, mira, tu rey viene hacia ti, es justo y salvador, montado sobre un asno, sobre un borrico, cría de asna. Benedicto XVI comentaba en su “Jesús de Nazaret” que estas palabras anuncian “un rey pobre, un rey que no gobierna con poder político y militar. Su naturaleza más íntima es la humildad, la mansedumbre ante Dios y ante los hombres. Esa esencia, que lo contrapone a los grandes reyes del mundo, se manifiesta en el hecho de que llega montado en un asno, la cabalgadura de los pobres”.  En el segundo tomo, el Papa concluye que en el domingo de ramos se ve que Jesucristo es “un rey de la sencillez, un rey de los pobres . Su poder reside en la pobreza de Dios, en la paz de Dios”. Humildad, mansedumbre, sencillez, pobreza. Estas son las notas prioritarias del rey que anuncia Z

Humildad: conviene que Él crezca

En esta última semana de Navidad, hemos visto a Jesús como el Mesías anunciado. Sus obras milagrosas lo confirman: la multiplicación de los panes y de los peces, su caminar sobre las aguas, la curación del leproso. Hoy, la Liturgia de la  Palabra nos aproxima a la celebración del Bautismo del Señor, que será el próximo domingo: Jesús fue con sus discípulos a la región de Judea, y allí convivía con ellos y bautizaba. También Juan estaba bautizando en Ainón, cerca de Salim, porque allí había mucha agua, y acudían a que los bautizara–porque aún no habían encarcelado a Juan.  El cuarto Evangelio nos muestra a San Juan Bautista cumpliendo su misión de Precursor. Él anuncia la inminente llegada del Mesías e insiste en la importancia de prepararse con una conversión radical. Las multitudes se congregan para escuchar este mensaje y responden con generosidad a su propuesta: hacen una especie de confesión general de sus pecados ante Juan y manifiestan su deseo de enmienda con el símbolo ex

María, modelo de humildad

Se acerca la Navidad, y la liturgia pone a nuestra consideración un acontecimiento que sucedió poco tiempo después de que el ángel anunciara a María la concepción virginal del Hijo de Dios. En aquella ocasión, San Gabriel le dio un signo a Nuestra Señora con el fin de confirmar que para Dios nada es imposible: “ahí tienes a Isabel, tu pariente, que en su ancianidad ha concebido también un hijo, y la que llamaban estéril está ya en el sexto mes”. María ve en aquellas palabras un compromiso de ayudar a su prima y, sin ninguna dilación, emprende el camino hacia Aim Karem, a unos tres días de viaje, probablemente con la compañía de José. En el episodio de la visitación, Lucas señala dos eventos: en primer lugar, el saludo de las dos madres, con la exclamación de Isabel que recordamos cada día al rezar el Ave María: “bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre”. Después, el evangelista transmite el himno del Magnificat, que es una alabanza de la Virgen al poder miserico

El fariseo y el publicano

San Lucas nos transmite una parábola del Señor dirigida a algunos que confiaban en sí mismos teniéndose por justos y despreciaban a los demás. Dos hombres subieron al Templo a orar…   Necesidad de la oración. El Papa escribió una carta a los seminaristas, para concluir el Año Sacerdotal. En el primer punto habla precisamente de la oración: explica que debemos ser p ersonas de Dios , pues al Señor no lo tenemos como  un ser lejano: “Dios se ha manifestado en Jesucristo. En el rostro de Jesucristo vemos el rostro de Dios. En sus palabras escuchamos al mismo Dios que nos habla”. ¡Qué importante es ese “subir al Templo a orar”! Máxime cuando podemos encontrar a Jesús mismo presente en el Sagrario, con su cuerpo y su sangre, esperándonos para que le contemos nuestra vida. Juan Pablo II quiso que el Año Eucarístico de 2005 concluyera con una proliferación de capillas  en el mundo para adorar al Señor sacramentado. Y gracias a Dios muchos párrocos acogieron esa sugerencia. Quizá muy ce