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Mostrando las entradas con la etiqueta fe

La Visitación

El mes de mayo concluye con la fiesta de la Visitación de María a su prima Santa Isabel: Por aquellos días, María se levantó y marchó deprisa a la montaña, a una ciudad de Judá; y entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel  ( Lc   1,39-56) .   El evangelista narra brevemente, casi quitando importancia, el desplazamiento de María. Se ahorra contar que es un viaje de unos tres días a lomo de mula, en los comienzos de un embarazo, con las incomodidades que conlleva (mareos, náuseas, etc.). A pesar del relato parco –detrás del cual puede estar la humildad de María- hay un detalle que muestra la ejemplaridad de nuestra Madre: marchó deprisa. Recordamos que en la Anunciación el Ángel había dejado caer, como de pasada, el detalle del embarazo de la anciana prima: Y ahí tienes a Isabel, tu pariente, que en su ancianidad ha concebido también un hijo, y la que llamaban estéril está ya en el sexto mes, porque para Dios no hay nada imposible. La Virgen podía tomarlo como una señal d

Camino, Verdad y Vida

El contexto del Evangelio que se lee el V domingo de Pascua es la última cena. Acaba de salir Judas del cenáculo, por lo que Jesús ha recuperado esa intimidad que extrañaba con la presencia de aquel pobre hombre, que estaba sordo para su última revelación. Quizá algunos se dieron cuenta del momento en que Jesús le hizo ver a ese discípulo que sabía de su traición, tratando de moverlo a la conversión. Y al ver que se iba después de las palabras “lo que vas a hacer, hazlo pronto”, sentirían inquietud interior. El ambiente era tenso, varios habían perdido la serenidad. Por eso, Jesús sale al paso diciendo: No se turbe vuestro corazón. Creéis en Dios, creed también en mí. Un llamado a la fe, que hará más falta que nunca en las próximas horas. Dice el Catecismo ( 53) que la fe es una gracia, un don de Dios, una virtud sobrenatural infundida por él; pero que al mismo tiempo es un acto humano : “en la fe, la inteligencia y la voluntad humanas cooperan con la gracia divina”. Por eso le pe

La resurrección de Lázaro

Llegamos al quinto domingo de Cuaresma, tiempo en el que la liturgia de la Palabra nos ha ayudado a acompañar a Jesús en su camino hasta la muerte en la Cruz. En el Evangelio de hoy, Juan narra un milagro que determina la condena a muerte de Jesús. Ya ha llegado su hora. Y precisamente es un signo de corte mayor: la resurrección de un muerto. De esta manera, como dice Perkins, Jesús da la vida y recibe la muerte. La escena se desarrolla en un pequeño poblado que está a tres kilómetros de Jerusalén, llamado Betania. Es conocido porque allí se quedaba Jesús en casa de unos amigos muy especiales: los hermanos Lázaro, María y Marta. San Juan dice que “los amaba”. A pesar de esa relación tan especial, el Señor esperó dos días antes de ir a visitarlos, aunque sabía que Lázaro estaba muy enfermo. Como siempre, Jesús actuó con pleno conocimiento de lo que hacía: “Esta enfermedad no es de muerte, sino para gloria de Dios, a fin de que por ella sea glorificado el Hijo de Dios”. Desde el com

San José, hombre de fe

Celebramos hoy, en plena Cuaresma, la fiesta de San José. Pero no es una ruptura en el ritmo de oración, penitencia y caridad que estamos tratando de forjar desde el pasado miércoles de ceniza. Al contrario, contemplar la figura y el ejemplo de nuestro Padre y Señor nos ayudará a afinar en el itinerario cuaresmal que nos llevará a celebrar mejor preparados la Pascua. En la primera lectura tenemos una promesa mesiánica (2S 7,4-16). David se había propuesto construir un templo junto a su palacio, pero el Señor rechaza la oferta. En cambio, le manifiesta su voluntad de construirle una casa o dinastía a David. El sucesor de David construirá su templo. Y la dinastía quedará establecida para siempre (Campbell y O´Brien): Cuando tus días se hayan cumplido y te acuestes con tus padres, afirmaré después de ti la descendencia que saldrá de tus entrañas, y consolidaré el trono de su realeza. Él construirá una casa para mi nombre, y yo consolidaré el trono de su realeza para siempre. Yo se

Jesús camina sobre las aguas

En el capítulo sexto de Marcos aparece una de las multiplicaciones milagrosas del pan, símbolo de la futura institución de la Eucaristía. Inmediatamente después, el discípulo de Pedro pone a nuestra consideración otra escena milagrosa de Jesús, para manifestar su naturaleza divina: “Y enseguida mandó a sus discípulos que subieran a la barca y que se adelantaran a la otra orilla junto a Betsaida, mientras él despedía a la multitud”. Los apóstoles obedecen a lo que el Señor les manda. Ya saben quién es su Maestro, que da de comer a las multitudes, que cumple la profecía de Ezequías: Él mismo es el pastor, que guía y alimenta a su pueblo. Ya han aprendido a obedecer, y no ponen obstáculos. Podrían preguntar: ¿cómo llegarás Tú? ¿No será mejor si dejamos una barca, con dos de los nuestros para esperarte? Enséñanos, Señor, a obedecer prontamente como estos apóstoles, sin poner trabas, confiando en la fuerza eficaz de tu palabra. Y después de despedirlos, se retiró al mon

Oración humilde y perseverante. La mujer cananea (sirofenicia)

En el camino de nuestra vocación cristiana, necesariamente debemos encontrarnos con la Cruz del Señor: la mayoría de las veces, en la vida diaria: perdemos el medio de transporte, aparecen los achaques de salud, alguna amistad nos hace pasar un mal rato, somos incomprendidos –o nuestra soberbia nos lo hace creer sin justa causa-. En otras ocasiones, pueden ser temas de gran calado: la muerte de un ser querido, una enfermedad que parece incurable, etc. El Evangelio de Mateo (15,21-28) nos presenta una situación de este último tipo: Jesús ha ido con sus apóstoles “al extranjero”: Después que Jesús salió de allí, se retiró a la región de Tiro y Sidón. En esto una mujer cananea , venida de aquellos contornos, se puso a gritar: —¡Señor, Hijo de David, apiádate de mí! Mi hija está poseída cruelmente por el demonio.  Se trata de una actuación llena de audacia. Seguramente esa mujer había buscado la curación de su hija a través de mil medios distintos, sin lograrlo. Hasta que oye h

Pentecostés: sed del agua viva

Llegamos al final del ciclo pascual. Después de casi cien días que incluyen la preparación cuaresmal, el triduo y la cincuentena pascual, celebramos hoy la Solemnidad de Pentecostés, con la que se concluye este tiempo fuerte, fortísimo, y pasamos de nuevo al ritmo corriente del tiempo ordinario en la liturgia de la Iglesia. Es un buen momento para hacer examen y ver cómo hemos aprovechado estos días en que la gracia del Señor nos facilita recomenzar nuestra vida interior, la conversión, el decidirnos a tomarnos más en serio la llamada de Dios a la santidad y al apostolado cristiano. Como la Solemnidad de Pentecostés es tan grande, la liturgia ofrece dos celebraciones: una vigilia y una Misa del día. El Evangelio de la primera está tomado de San Juan (7,37-39). Para entenderlo mejor, hay que contextualizarlo: se trata de la fiesta de los Tabernáculos, que se remontaba a la natural petición de agua abundante en una zona desértica. Los judíos la convertirían después en la celebración