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Mostrando las entradas con la etiqueta caridad

María Magdalena

Celebramos la fiesta de santa María Magdalena , y  en el Evangelio de la Misa  nos topamos con el final de la vida terrena de Jesús. Han pasado los dolorosos momentos de la pasión y muerte de nuestro Señor. Al tercer día, se cumplirían todas las promesas por las cuales aquellos seguidores lo habían dejado todo. Después de la «noche del alma» que pasaron durante el Viernes y el Sábado Santos, aquellos discípulos recibirían el premio a su fe y a su perseverancia: podrían ver cumplidas las Escrituras con la Resurrección de Jesús. ¡Si Cristo no ha resucitado, vana es nuestra predicación y vana también vuestra fe! , aseguraba san Pablo (1 Co 15,14). Detengámonos, en nuestro diálogo con Jesucristo, para considerar una aparición del Señor glorioso , que nos podrá servir para darnos más cuenta de que esa llamada a la santidad y al apostolado que hemos meditado hasta ahora no es un acontecimiento del pasado, perdido en la historia. Contemplar a Jesús vivo, por todos los sigl

Salió el sembrador a sembrar

Uno de los primeros experimentos escolares, que casi todos recordamos, es de biología: la germinación de una semilla. Para la curiosidad del niño es impresionante ese milagro de la vida: ver cómo se producen nuevas plantas a partir de un simple grano. En algún momento del progreso de la humanidad, el ser humano experimentó la misma sensación y dejó de ser nómada al dedicarse a las labores agrícolas. En el Oriente medio siempre ha sido muy difícil esa labor, por tratarse de una zona desértica y, en algunas partes, pedregosa. Las personas de esas regiones son conscientes del esfuerzo que supone y, por eso, varios de los primeros ritos de las religiones primitivas tienen relación natural con la siembra y la cosecha. La revelación judía asumió algunos de esos rituales y los elevó en su liturgia. Por ejemplo, el «libro del consuelo» de Isaías (55,10-11), compara la Palabra de Dios con la parábola de una semilla que germina gracias a la lluvia que envía el Señor: Como bajan la

Cuaresma: horizontes de Gracia

Con la imposición de la ceniza el pasado miércoles, hemos comenzado una nueva Cuaresma. Se trata, como decía Benedicto XVI en una celebración como esa, de comprometernos en convertir nuestro corazón hacia los horizontes de Gracia .  Conversión, cambio, mudanza. Volver a empezar en nuestro empeño por ser buenos cristianos. Pueden servirnos las palabras de la liturgia, tan ricas de contenido en estos días: el pasado miércoles pedíamos al Señor “emprender el combate cristiano con santos ayunos para que los que vamos a luchar contra la tibieza espiritual seamos fortalecidos por los auxilios de la penitencia”. Nos comprometíamos en convertir nuestro corazón hacia los horizontes de Gracia de un modo concreto: luchando. Le prometíamos a Dios emprender el combate, ayunar, luchar contra la tibieza espiritual. Y al mismo tiempo nos dábamos cuenta de que, al tomar esa actitud, seríamos fortalecidos por los auxilios de la penitencia. No se trata simplemente del efecto virtuoso que tiene la

La misión apostólica

Después de esto designó el Señor a otros setenta y dos, y los envió de dos en dos delante de él a toda ciudad y lugar adonde él había de ir . ¿Después de qué? -El Señor acaba de plantear las exigencias de la vocación al apostolado: “el Hijo del Hombre no tiene dónde reclinar la cabeza”. “Los muertos deben enterrar a sus muertos –le respondió Jesús a un huérfano–; tú vete a anunciar el Reino de Dios”. Por último, a uno que le pidió permiso para despedirse de sus parientes, le increpó el Señor: “Nadie que pone su mano en el arado y mira hacia atrás es apto para el Reino de Dios”. Después de esto, designó otros setenta y dos. Es un número simbólico, relacionado con la cantidad de naciones que menciona el Antiguo Testamento. Es decir, así como el Señor llamó a un Apóstol por cada tribu de Israel, así elige a un discípulo por cada nación gentil. El Papa resume el sentido de este pasaje: “Cuando Lucas habla de un grupo de setenta, además de los Doce, el sentido está claro: en ellos se anu

Caridad y paz de Dios

  Jesús le respondió: —Si alguno me ama, guardará mi palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él y haremos morada en él . El que no me ama, no guarda mis palabras; y la palabra que escucháis no es mía sino del Padre que me ha enviado. Tomás pregunta a Jesús sobre su revelación, que los Apóstoles entendían reservada solo a ellos, mientras –según la mentalidad de la época- se pensaba que el Mesías se manifestaría al mundo entero. El Señor le hace ver que Él se manifiesta, fundamentalmente, a quien le ama y demuestra ese amor con obras: guardando su palabra. A continuación concreta en qué consiste esa revelación: en ser depositarios del amor del Padre y de la inhabitación de la Trinidad en el alma. Al comienzo del discurso, Jesús había dicho que se iba para preparar una morada en la casa del Padre. Ahora complementa esa promesa con otro anuncio: no solo viviremos en la casa del Padre, sino que nosotros mismos seremos sus huéspedes. Es la manera de cumplir las promesas del Antiguo