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Misión e instrucción a los Doce

Veíamos en la anterior meditación que Jesús manifestaba su misericordia enseñándonos a rezar al Señor de la mies que mande trabajadores a su mies . Sin embargo, La perícopa evangélica del Adviento complementa la invitación a rezar con el llamado «discurso apostólico», que Jesús pronunció inmediatamente después de que llamó a sus doce discípulos y les dio autoridad para expulsar espíritus inmundos y curar toda enfermedad y toda dolencia . Con la llamada, Jesús les asigna una misión: Id a las ovejas descarriadas de Israel. Id y proclamad que ha llegado el reino de los cielos. Curad enfermos, resucitad muertos, limpiad leprosos, arrojad demonios. Gratis habéis recibido, dad gratis . Podemos notar un paralelismo con los tres verbos que resumían la misión de Cristo al comienzo de su apostolado: acompañar, enseñar y curar –en sus diversas manifestaciones: curaciones espirituales y materiales-. El motivo por el cual consideramos este pasaje en pleno Adviento es para que veamos que los

Rogad al dueño de la mies que mande trabajadores a su mies

I. El profeta Isaías es el protagonista de los primeros días del Adviento. Hemos considerado esta semana, en primer lugar, el capítulo 11, cuando anuncia sus “Promesas de paz” ante la destrucción causada por la invasión asiria. La primera profecía consiste en que brotará un “nezer”, un renuevo (vivo) del tronco (seco) de Jesé, y de su raíz florecerá un vástago. Sobre él se posará el espíritu del Señor . Más adelante, en el capítulo 25, hemos considerado el banquete del Señor, que la liturgia relaciona claramente con el salmo 22 (Habitaré en la casa del Señor por años sin término) y con la multiplicación de los panes (Mt 15), mostrando así que la profecía se cumplió con el nacimiento de Jesús en la “casa del pan” que es Belén. También hemos meditado sobre el cántico de acción de gracias que Isaías transcribe en el capítulo 26: Que entre un pueblo justo, que observa la lealtad. El evangelio de Mateo (7,27) anuncia en qué consiste esa lealtad exigida para entrar en la ciudad

Primer anuncio de la muerte y resurrección

En el capítulo octavo de su evangelio, san Marcos presenta una peculiar encuesta que hizo Jesús sobre quién decía la gente que era Él, y qué habían comprendido los apóstoles sobre su persona y su misión. Pedro respondió con audacia que Jesús era el Mesías y el Maestro los conminó a guardar esa verdad como un secreto. Pero podemos preguntarnos cuál era el sentido último de ese diálogo, y lo podemos intuir con el anuncio que el Señor hizo a continuación, cuando comenzó a enseñarles que tendría que padecer mucho, ser rechazado y llevado a la muerte . Jesús mostró que la clave de su mesianismo pasaba por la Cruz, como lo habían predicho los profetas; por ejemplo, en los cánticos del siervo del Señor que presenta Isaías (50,5-9): Ofrecí la espalda a los que me golpeaban, las mejillas a los que mesaban mi barba; no escondí el rostro ante ultrajes y salivazos. Pero al mismo tiempo Pedro, representante de nuestra falta de fe, le reprendió por decir tales cosas justo cuando acaba de con

El nacimiento de la Virgen María

Nueve meses después de celebrar la Inmaculada Concepción de María, la Iglesia conmemora su nacimiento el 8 de septiembre. Y en la liturgia de esta fiesta se repite la invitación al gozo, a la alegría, como es natural en la celebración familiar del cumpleaños de la Madre. Pero en este caso es más explicable aún, porque hablamos del nacimiento de la Madre de Dios y madre nuestra: «Por Ti, los hijos de la tierra comenzaron a serlo también del Cielo, pues ambos órdenes quedaron entre sí admirablemente reconciliados» (Himno de Laudes). Con el nacimiento de María se aproxima la plenitud de los tiempos, la llegada de aquel momento esperado a lo largo de los siglos, para el cual Dios mismo había ido preparando a su pueblo desde Abraham, pasando por Moisés y los profetas, como Miqueas —cuyo oráculo se lee en la primera lectura de la Misa: Y tú, Belén Efratá, pequeña entre los clanes de Judá, de ti voy a sacar al que ha de gobernar Israel; sus orígenes son de antaño, de tiempos inmemori

Pobreza

En el Evangelio de san Lucas, después de narrar la infancia y los preparativos del ministerio de Jesús, los comienzos de su labor apostólica se sitúan en Galilea, la tierra donde había crecido. En el capítulo cuarto, vemos a l Señor en la sinagoga de Nazaret, presentando lo que podríamos llamar su programa de acción pastoral (vv.16-30). En primer lugar, enseñó que en Él se cumpl ía n las profecías mesiánicas: Dios libraría a su pueblo y lo haría a través de su misión. Fue a Nazaret, donde se había criado, entró en la sinagoga, como era su costumbre los sábados, y se puso en pie para hacer la lectura. Le entregaron el rollo del profeta Isaías y, desenrollándolo, encontró el pasaje donde estaba escrito: «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido». Vemos de pasada las costumbres del Señor, cómo frecuentaba la sinagoga cada sábado, solo que en esta ocasión se puso en pie para hacer la lectura. Al desenrollar el sagrado pergamino, encontró un texto del profeta Is

Muerte de Juan el Bautista

Juan Bautista es el único santo del que se celebra el nacimiento y el martirio. El prefacio de la Misa hace un resumen de su vida, con los principales hitos de su relación con Jesucristo: «precursor de tu Hijo y el mayor de los nacidos de mujer, saltó de alegría en el vientre de su madre al llegar el Salvador de los hombres, y su nacimiento fue motivo de gozo para muchos. Él fue escogido entre todos los profetas para mostrar a las gentes el Cordero que quita el pecado del mundo. Él bautizó en el Jordán al autor del Bautismo, y el agua viva tiene, desde entonces, poder de salvación para los hombres. Y él dio, por fin, su sangre como supremo testimonio por el nombre de Cristo». Vamos a considerar en nuestra oración el relato de ese «supremo testimonio» según el Evangelio de san Marcos (6,14-29): Como la fama de Jesús se había extendido, el rey Herodes oyó hablar de él. Este Herodes es Antipas, hijo de Herodes el Grande, que reinaba cuando nació Jesucristo. En realidad Antipas no e

Parábolas de la semilla y del grano de mostaza

Todos tenemos, y en nuestra época parece que se notara más, la tentación de la grandilocuencia, de la ostentación, de llevarnos los méritos al sembrar árboles ya crecidos, que otros han cultivado. No es así el talante de Jesús: él se presenta, en cambio, como el sembrador abnegado, laborioso, sacrificado y humilde. En el capítulo 4 de san Marcos, relata pequeñas parábolas de corte agropecuario: El reino de Dios se parece a un hombre que echa semilla en la tierra. Él duerme de noche y se levanta de mañana; la semilla germina y va creciendo, sin que él sepa cómo. El reino de Dios es como un grano que crece por sí mismo, tiene su dinámica interna, la fuerza de una carga genética que garantiza su evolución. Necesita los cuidados del sembrador, pero este hombre no puede adjudicarse como suyos los éxitos de la cosecha. ¡Hay tantos factores que no dependen de él!: el clima, la maduración de la siembra, la ausencia de plagas o depredadores… Podemos ver en estas palabras de Jesús una