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San Josemaría y el Año de la misericordia

Celebramos la fiesta de San Josemaría, y recordamos que, en la ceremonia de su canonización, el papa san Juan Pablo II lo nombró «el santo de lo ordinario»: el motivo es que el Fundador del Opus Dei «estaba convencido de que, para quien vive en una perspectiva de fe, todo ofrece ocasión de un encuentro con Dios, todo se convierte en estímulo para la oración. La vida diaria, vista así, revela una grandeza insospechada. La santidad está realmente al alcance de todos» (Discurso, 7-X-2002).

Uno de los puntos en los que insistía san Josemaría es la importancia que tiene para un católico la unión con el Santo Padre, hasta acuñó una frase que resume el itinerario de su misión apostólica: «Todos, con Pedro, a Jesús por María» (C,833). Siguiendo su ejemplo de amor al Romano Pontífice, aprovechemos esta Eucaristía para renovar nuestra unión a sus intenciones. En concreto, al año jubilar de la misericordia, que estamos viviendo desde diciembre del año pasado hasta el próximo 20 de noviembre.

El papa Francisco ha visto que el punto central que Dios quiere legar a la Iglesia y a la humanidad entera, como fruto de su pontificado, es el anuncio de la misericordia divina. Ese amor de Dios se manifiesta desde la creación, como hemos escuchado en la primera lectura: el diseño original, amoroso, del Creador, antes del pecado original, era que el ser humano colaborase en la perfección del cosmos. Por eso, san Josemaría resaltaba dos palabras del Génesis: Dios puso al hombre en el mundo ut operaretur, para que trabajara. El trabajo no es castigo, sino misericordia, camino de santificación.

La revelación del amor divino se completó con la Encarnación del Hijo: «Jesucristo es el rostro de la misericordia del Padre. El misterio de la fe cristiana parece encontrar su síntesis en esta palabra» (Francisco, MV, 1). El Señor nos invita, como vimos en el Evangelio, a seguirle mar adentro y a echar las redes para la pesca.

Esa llamada también es misericordiosa, como escribió san Josemaría en una frase que podría resumir el sentido del año jubilar para los que siguen su espiritualidad: «nuestra entrega, al servicio de las almas, es una manifestación de esa misericordia del Señor, no solo hacia nosotros, sino hacia la humanidad toda» (Carta, 24-III-1930, n.1. Citada por Echevarría, Carta pastoral, 4-XI-2015, n.3).

Jesús nos invita a ir mar adentro, a que invitemos a todas las personas que queremos, a cruzar la Puerta Santa de la misericordia divina. Por esa razón, durante este año la tradicional Puerta jubilar no solo está en Roma, sino en todas las diócesis, como un signo «a través de la cual quien quiera que entrará podrá experimentar el amor de Dios que consuela, que perdona y ofrece esperanza» (MV,3).

Esa peregrinación hacia la Puerta Santa es una muestra del esfuerzo que conlleva la conversión. El tema central de la predicación del Papa es que «Dios no se cansa de perdonar, somos nosotros quienes nos cansamos de pedir perdón». Gracias a Dios, son muchos los que regresan a la Iglesia, como el hijo pródigo, quizá después de bastante tiempo alejados de la vida cristiana, al escuchar estas palabras.

En este Año Santo, además de la absolución de la culpa, que recibimos en el sacramento de la reconciliación, podemos lucrar la indulgencia, que es el perdón de la pena que debemos por esos pecados ya perdonados. En un gesto de misericordia, podemos ofrecerla por las almas del purgatorio de nuestros seres queridos, o simplemente de quien más lo necesite. Los otros requisitos para alcanzar la indulgencia del año jubilar, además de cruzar la Puerta Santa y confesarse, son: comulgar, rezar el Credo, y pedir por las intenciones del papa Francisco.

Por otra parte, como una manera concreta de manifestar la transformación que la gracia de Dios realiza en nosotros, el Papa desea «que la Iglesia redescubra en este tiempo jubilar la riqueza contenida en las obras de misericordia corporales y espirituales. La experiencia de la misericordia se hace visible en el testimonio de signos concretos, como Jesús mismo nos enseñó. Cada vez que un fiel viva personalmente una o más de estas obras obtendrá ciertamente la indulgencia jubilar» (Carta, 1-IX-2015).

San Josemaría fue muy generoso, con su ministerio sacerdotal, en la atención a las personas pobres, enfermas y necesitadas. Y quería que todos sintiésemos esa necesidad de salir al encuentro de Jesucristo, presente en sus hermanos más pequeños. Por eso fomentó las visitas a los pobres y las catequesis en barrios necesitados, entre otras labores que aún se continúan en los cinco continentes. Bajo su inspiración se han desarrollado muchísimas actividades en favor de las personas que viven en las «periferias existenciales», también en esta ciudad: consultorios médicos y de orientación familiar, centros educativos populares, bancos de alimentos, etc. Pensemos en este momento cuáles obras de misericordia, corporales y espirituales, podríamos concretar como fruto de esta celebración.

Un ámbito privilegiado para ejercitar esas obras de misericordia es la propia familia. Como enseñaba san Josemaría, «los esposos cristianos han de ser conscientes de que están llamados a santificarse santificando, de que están llamados a ser apóstoles, y de que su primer apostolado está en el hogar. Deben comprender la obra sobrenatural que implica la fundación de una familia, la educación de los hijos, la irradiación cristiana en la sociedad. De esta conciencia de la propia misión dependen en gran parte la eficacia y el éxito de su vida: su felicidad» (Conv 91).

El Santo Padre ha recordado recientemente, en la Exhortación Apostólica Amoris laetitia, algunas virtudes que manifiestan esa misericordia intrafamiliar: la paciencia, el servicio, la amabilidad, el desprendimiento, el perdón, la alegría, la confianza, la esperanza; en una palabra: el amor.

Concluyamos agradeciendo al Señor por los regalos que nos ha hecho con el ejemplo de la vida santa de San Josemaría, con su predicación y con su intercesión. Aprendamos a imitarlo en su amor al Santo Padre, secundando esas dos enseñanzas que el Papa quiere fomentar ahora: que acojamos la misericordia divina y que nos esforcemos por ser misericordiosos como el Padre, comenzando con nuestra propia familia, que son las personas que más cerca tenemos.

En los últimos años de su vida, el Señor le hizo ver a san Josemaría que, para alcanzar misericordia, «hemos de ir con mucha fe al trono de la gloria, la Virgen Santísima, Madre de Dios y Madre nuestra (…). Vayamos, a través del Corazón Dulcísimo de María, al Corazón Sacratísimo y Misericordioso de Jesús, a pedirle que, por su misericordia, manifieste su poder en la Iglesia y nos llene de fortaleza para seguir adelante en nuestro camino, atrayendo a Él muchas almas» (Notas de una reunión familiar, 9-IX-1971, citado por Echevarría, Carta pastoral 4-XI-2015, n.8). 

Comentarios

  1. Buenos días
    Quisiera que también las homilías fueran en Audio.
    Gracias y felicitaciones

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    Respuestas
    1. Muchas gracias por el interés, Clara. Puede escuchar algunas en esta dirección:
      https://soundcloud.com/argumentaciones

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