Comenzamos hoy una nueva cuaresma. El
concilio resume en qué consiste este tiempo litúrgico: “el tiempo cuaresmal
prepara a los fieles, entregados más intensamente a oír la palabra de Dios y a
la oración, para que celebran el misterio pascual, sobre todo mediante el
recuerdo o la preparación del bautismo y mediante la penitencia” (SC 109).
Este es el marco preciso: preparar la Pascua, la celebración de Cristo resucitado, con cuarenta días de escucha de la Palabra, oración, penitencia y recuerdo de nuestro bautismo.
Este es el marco preciso: preparar la Pascua, la celebración de Cristo resucitado, con cuarenta días de escucha de la Palabra, oración, penitencia y recuerdo de nuestro bautismo.
El Evangelio nos presenta a Jesús en el
Sermón del monte, el primero de los cinco grandes discursos con los que Mateo
estructura su narración. Después de predicar las bienaventuranzas, el Señor
expone en qué consiste la verdadera justicia y cómo hay que comportarse ante la
Ley, ante Dios y en relación con el prójimo: “Guardaos de hacer vuestra justicia delante de los hombres con el fin de
que os vean; de otro modo no tendréis recompensa de vuestro Padre que está en
los cielos” (Mt 6, 1-6. 16-18). Con base en las obras que el Señor menciona
en este discurso se habla de las tres prácticas cuaresmales por excelencia: dar
limosna, orar, hacer penitencia.
En primer lugar, dar limosna: cuando des
limosna, que tu mano izquierda no sepa lo que hace tu mano derecha, para que tu
limosna quede en lo oculto; de este modo, tu Padre, que ve en lo oculto, te
recompensará. Benedicto XVI escribía en un mensaje para la cuaresma que
esta acción representa una manera concreta de ayudar a los necesitados y, al
mismo tiempo, un ejercicio ascético para liberarse del apego a los bienes
terrenales.
También aclaraba que “la limosna evangélica no es simple filantropía: es más bien una expresión concreta de la caridad, la virtud teologal que exige la conversión interior al amor de Dios y de los hermanos, a imitación de Jesucristo”.
También aclaraba que “la limosna evangélica no es simple filantropía: es más bien una expresión concreta de la caridad, la virtud teologal que exige la conversión interior al amor de Dios y de los hermanos, a imitación de Jesucristo”.
Preparar la pascua del Señor
desprendiéndonos de los bienes materiales: a veces consistirá en ceder el
televisor, la bicicleta, el auto; otras, en examinar cuántas cosas que nos
sobran les hacen falta a otros; o disminuir los gastos suntuosos y algunos en
apariencia necesarios. También podremos colaborar con las campañas de
comunicación cristiana de bienes que promueve el episcopado para concretar esta
invitación cuaresmal. De este modo, estaremos viviendo lo que contemplamos en
el Prefacio de la Misa: “al darnos
ocasión de compartir nuestros bienes con los necesitados, nos haces imitadores
de tu generosidad”.
Pero es conveniente ir más al fondo: contemplar
la entrega del Señor por nosotros y disponernos a ser más caritativos con los
demás hijos de Dios. Allí está una de las maneras de recordar nuestro bautismo,
en el que el Señor nos hizo miembros de su familia, hermanos de todos los
hombres. “La práctica cuaresmal de la limosna –sigue diciendo el Papa en su mensaje-
se convierte en un medio para profundizar en nuestra vocación cristiana. El cristiano,
cuando gratuitamente se ofrece a sí mismo, da testimonio de que no es la
riqueza material la que dicta las leyes de la existencia, sino el amor. Por
tanto, lo que da valor a la limosna es
el amor, que inspira formas distintas de don, según las posibilidades y las
condiciones de cada uno”.
Como el ejemplo de la limosna total que dio
una limosnera: cuenta San Josemaría que, en los primeros años del Opus Dei,
pedía muchas oraciones a todo tipo de personas (sacerdotes, enfermos, etc.) “por
una intención”: para que fuera un instrumento fiel a su vocación de fundador.
Una vez se encontró con una mendiga y le dijo: “-Hija mía, yo no puedo darte
oro ni plata; yo, pobre sacerdote de Dios, te doy lo que tengo: la bendición de
Dios Padre Omnipotente. Y te pido que encomiendes mucho una intención mía, que
será para mucha gloria de Dios y bien de las almas. ¡Dale al Señor todo lo que
puedas!” Después dejó de verla y terminó encontrándola en un hospital, enferma
terminal. Cuando la vio la saludó: “-Hija mía, ¿qué haces tú aquí, qué te pasa?”
Y le dijo que pediría al Señor por su curación en la Misa. Ella sonrió y le
replicó: “-Padre, ¿cómo no entiende? Usted me dijo que encomendase una cosa que
era para mucha gloria de Dios y que le diera todo lo que pudiera al Señor: le
he ofrecido lo que tengo, mi vida”.
En segundo lugar, oración: Tú, cuando te pongas
a orar, entra en tu aposento y, con la puerta cerrada, ora a tu Padre, que está
en lo oculto; y tu Padre, que ve en lo oculto, te recompensará. Se trata de
un tiempo para renovar el amor, para estar atentos a la voz del Padre,
dispuestos a cumplir mejor su voluntad: Ojalá
escuchéis hoy la voz del Señor, no endurezcáis vuestro corazón. Concretemos
cómo mejorar nuestras prácticas de piedad; la oración personal “entregados más
intensamente a oír la palabra de Dios y a la oración”, como dice el Concilio,
la lectura espiritual, el Santo Rosario… pero, en primer lugar, la Santa Misa.
En palabras de San Juan Crisóstomo, “la
oración se presenta ante Dios como venerable intermediaria, alegra nuestro
espíritu y tranquiliza sus afectos. Me estoy refiriendo a la oración de verdad,
no a las simples palabras; a la oración que es un don de Dios, una inefable
piedad, no otorgada por los hombres, sino concedida por la gracia divina.
El don de semejante súplica es una riqueza
inagotable y un alimento celestial que satura el alma”.
Por último, penitencia: Tú, cuando
ayunes, perfuma tu cabeza y lávate la cara, para que no adviertan los hombres
que ayunas, sino tu Padre, que está en lo oculto; y tu Padre, que ve en lo
oculto, te recompensará. Es lo que pedimos en la oración colecta: “Señor,
fortalécenos con tu auxilio al empezar la Cuaresma para que nos mantengamos en espíritu de conversión; que la austeridad penitencial de estos días
nos ayude en el combate cristiano contra
las fuerzas del mal”.
Externamente lo manifestaremos con la
imposición de la ceniza. Nos puede servir considerar la oración que pronuncia
el sacerdote para bendecirla: “que el ejercicio de la penitencia cuaresmal nos obtenga el perdón de los
pecados y una vida nueva a imagen de tu Hijo resucitado”.
Penitencia exterior, sacrificios, tomar la
Cruz del Señor sobre nuestros hombros. Como también decimos en el Prefacio, “has
querido que en nuestras privaciones
voluntarias encontremos un motivo para bendecirte, ya que nos ayudan a refrenar nuestras pasiones
desordenadas”. Aprovechemos este rato de oración para concretar algunas
mortificacion, además de la abstinencia de carne los viernes de cuaresma y del ayuno de hoy y del Viernes Santo: sacrificios que nos ayuden a servir a los demás, a trabajar mejor, a negar
nuestros caprichos…
Se trata de una muestra exterior del cambio
interno que deseamos dar en estos cuarenta días, acompañando a Jesús en su
camino al Calvario. Y meditemos que somos polvo y al polvo hemos de volver.
Arrepintámonos y creamos en el Evangelio. Rechacemos el pecado y convirtámonos
a Dios. Y pidamos no solo por nuestra conversión, sino por la de todos los
pecadores. Hay quien dice que en estos cuarenta días es como si la Iglesia se
pusiera de rodillas pidiendo al Señor por la conversión de todos sus hijos. Y
no es casual que, por eso, en este tiempo haya largas filas en los confesonarios. Pues
ayudemos en esta labor: con nuestra oración y con nuestra penitencia personal.
Cuenta J. Eugui que a Jean -Marie Lustiger,
judío converso, Cardenal Arzobispo de París desde febrero de 1981, le
preguntaron sobre cuál era el punto más importante de su plan pastoral para la
diócesis que el Papa Juan Pablo II le había confiado. La respuesta fue sencilla
y, para alguno, quizá sorprendente: “-El punto central del plan pastoral es la
conversión del Obispo”.
Terminemos nuestra oración acudiendo a María
Santísima, que ella nos ayude a aprovechar desde el primer momento esa trilogía
cuaresmal a la que se refiere san Pedro Crisólogo: “Tres son, hermanos, los
resortes que hacen que la fe se mantenga firme, la devoción sea constante, y la
virtud permanente. Estos tres resortes son: la oración, el ayuno y la
misericordia. Porque la oración llama, el ayuno intercede, la misericordia
recibe. Oración, misericordia y ayuno constituyen una sola y única cosa, y se vitalizan
recíprocamente”. Que la Virgen nos alcance en esta Cuaresma la gracia de ser
almas de oración, de caridad, de penitencia.
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