Jesús se encuentra
en Jerusalén, ya en los últimos días de su vida terrenal. En el apretado resumen
de los últimos capítulos de su Evangelio, Mateo presenta las controversias con los
fariseos (21,28-32). En una de ellas, el Señor muestra con una parábola que sus
contrincantes no han sido buenos hijos de Dios: “Un hombre tenía dos hijos; dirigiéndose
al primero, le mandó: «Hijo, vete hoy a trabajar en la viña»”.
Se trata de una
parábola más sobre agricultores. Pero en este caso, el dueño no se relaciona con
los operarios sino con sus propios hijos, que viven gracias a la viña y la recibirán
en herencia cuando él fallezca. Los muchachos están directamente implicados en ella.
No harían ningún favor si van a trabajar allí: es una obligación de justicia. Hasta
un buen negocio. Imaginemos que somos uno de ellos, pensemos a cuál de los dos grupos
pertenecemos.
El padre no respondió
a la mala respuesta de su hijo. Quizá esbozó un gesto de desencanto y se dirigió
entonces al segundo y le dijo lo mismo. Sin embargo, la conciencia del primero
le ayudó a recapacitar. Pensó que no había hecho bien al responder de ese modo a
un padre al que tanto debía. Se dio cuenta de su error, lo reconoció, se arrepintió
después y fue.
Es un verdadero
proceso de conversión, en el que también podemos imitarlo. Ya que nos hemos parecido
a él en su respuesta negativa al Padre, podemos imitarlo también en su decisión
de cambio, en su arrepentimiento con obras, en su rectificación. "Quizá en
alguna ocasión nos rebelemos —como el hijo mayor que respondió: no quiero-, pero
sabremos reaccionar, arrepentidos, y nos dedicaremos con mayor esfuerzo al cumplimiento
del deber" (San Josemaría, Amigos de Dios, n. 57).
Dios está pendiente
de nuestra reacción y nos acoge inmediatamente, como el padre del hijo pródigo.
Ya lo había profetizado Ezequiel (18,20-22), hablando de la actitud misericordiosa
del Señor ante el arrepentimiento del pecador: si el impío se convierte de todos
los pecados que cometió, guarda todos mis preceptos y obra justicia y derecho, ciertamente
vivirá, no morirá. No le serán recordados ninguno de los delitos que cometió. Vivirá
por la justicia que ha practicado. Por eso, suplica el Salmo 24: “recuerda,
Señor, que tu misericordia es eterna”.
Conversión. Acoger
la misericordia de Dios. El Evangelio nos llama a rectificar nuestra mala conducta.
Esta era la característica principal de la predicación de Juan Bautista, y Jesús
comenzó su enseñanza con la misma invitación: “Arrepentíos. Convertíos”.
San “Josemaría lo
expresó en dos puntos breves y gráficos de Camino: "Comenzar es de todos;
perseverar, de santos"; "La conversión es cosa de un instante.
-La santificación es obra de toda la vida". El itinerario del cristiano
exige una actitud de permanente y renovada conversión, porque se ha de crecer constantemente
en la riqueza espiritual del trato con Dios. Esta perseverancia implica empeño,
decisión, concretar propósitos en un santo afán por rectificar y mejorar cada día
un poco, sin ceder al cansancio y menos aún al desánimo” (Echevarría J. Itinerarios
de vida cristiana).
Rectificar, decidirse
a la conversión, exige una profunda humildad: reconocer el propio error, algo que
va en contra de nuestra soberbia. Y también hace falta ser muy humildes para saberse
necesitados de la gracia de Dios: “Se equivocaría, sin embargo, quien considerara
esa perseverancia en la conversión como fruto de la propia y exclusiva fuerza de
voluntad. La conversión -como la fe, con la que está íntimamente relacionada- es
don de Dios. Y también viene de Él la constancia en el esfuerzo en el que la mudanza
se prolonga” (Ibídem).
Volvamos al diálogo
del padre con el segundo hijo. Éste le respondió: «Voy, señor». Si ante la
respuesta del primer hijo el agricultor sintió desencanto, la actitud pronta del
segundo le devolvió la tranquilidad: tenía con quien contar, la pequeña viña estaría
atendida, se cumpliría el proyecto que tenía para aquella jornada. Pero no fue.
Todo se quedó en promesas. Como nosotros también: cuántos propósitos que no cumplimos
en la vida de oración, en el apostolado, en el trabajo.
Por eso Jesús pregunta,
como resumen de la parábola: ¿Cuál de los dos hizo la voluntad del padre?
Esta es la clave de la vocación cristiana. Lo que señala al buen hijo. La distinción
de familiaridad con Jesús: ¿quiénes son mi madre y mis hermanos? –todo el que
hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos, ése es mi hermano y mi hermana
y mi madre: los que oyen la palabra de Dios y la cumplen.
Hacer la voluntad
del Padre. En otra ocasión, Jesús mismo dijo que en eso consistía su alimento. Y
nos enseñó a pedir en el Padrenuestro que se haga su voluntad en la tierra como
en el cielo. Y lo mostró como requisito para gozar de la comunión con Él: No
todo el que me dice: «Señor, Señor», entrará en el Reino de los Cielos, sino el
que hace la voluntad de mi Padre.
¿Cuál de los dos
hizo la voluntad del padre? Esa es la pregunta que interesa. La que debemos hacernos
en todo momento: ¿estoy cumpliendo la voluntad de Dios? Con este trabajo, con esta
diversión, con esta actitud, con este pensamiento, ¿estoy colaborando en las faenas
de la viña del Señor?, ¿edifico la Iglesia?, ¿cumplo la palabra de Dios en mi vida?
Hacer la voluntad
del padre. Amarla hasta superar nuestra debilidad. "Obedece sin tantas cavilaciones
inútiles... Mostrar tristeza o desgana ante el mandato es falta muy considerable.
Pero sentirla nada más, no sólo no es culpa, sino que puede ser la ocasión de un
vencimiento grande, de coronar un acto de virtud heroico. No me lo invento yo. ¿Te
acuerdas? Narra el Evangelio que un padre de familia hizo el mismo encargo a sus
dos hijos... Y Jesús se goza en el que, a pesar de haber puesto dificultades, ¡cumple!;
se goza, porque la disciplina es fruto del Amor" (San Josemaría, Surco, n.
378).
—El primero –dijeron
ellos. Todos tenemos claro
cuál es el camino para llegar ser felices, para ser santos: cumplir la voluntad
del padre, aunque en un primer momento nos cueste decirle que sí. Por eso Jesús
dirá que vino a curar a los enfermos, a llamar a los pecadores. Y por eso recrimina
a las autoridades religiosas de ese tiempo, que se tenían por justificadas delante
de Dios.
El Señor privilegia
la respuesta de los dos grupos más mal vistos en esa época: los publicanos y las
prostitutas. Estos, al reconocerse necesitados, se convirtieron con más facilidad
-como Mateo, Zaqueo, la samaritana o María Magdalena...- y por eso van primeros
en el camino de la justificación: —En verdad os digo que los publicanos y las
meretrices van a estar por delante de vosotros en el Reino de Dios. Porque vino
Juan a vosotros con un camino de justicia y no le creísteis; en cambio, los publicanos
y las meretrices le creyeron. Pero vosotros, ni siquiera viendo esto os arrepentisteis
después para poder creerle”.
Podemos concluir
con otras palabras de Mons. Echevarría, que nos invitan a acudir a la intercesión
de nuestra Madre para responder como el primer hijo, cumpliendo la voluntad del
Señor y convirtiéndonos de la primera reacción negativa: “en la historia de muchas
almas, el primer paso del retorno a la casa del Padre ha brotado de un encuentro
con María. Éste es otro motivo más para invocar a la Virgen Santa como "Causa
de nuestra alegría". De Ella nació el Salvador del mundo. A través de Ella
se torna al camino que conduce a su Hijo, porque -como recordaba el Fundador del
Opus Dei-, "a Jesús siempre se va y se "vuelve" por María".
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