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Cuaresma

1. Viernes después de ceniza. Tiempo de conversión, de penitencia. El pasado miércoles recibimos la ceniza, mientras se nos decía: “Conviértete y cree en el Evangelio”. Benedicto XVI explicaba en la Audiencia de un día igual este llamado a la mudanza total: “la conversión –decía- no es una simple decisión moral que rectifica nuestra conducta de vida, sino que es una decisión de fe, que nos implica enteramente en la comunión íntima con la persona viva y concreta de Jesús. Convertirse y creer en el Evangelio no son dos cosas distintas o de alguna forma sólo cercanas entre sí, sino que expresan la misma realidad”.


Convertirnos y creer en el Evangelio. Viene a la mente la anécdota que contaba un obispo africano sobre conversión: «La serpiente se quejaba a la oruga de que la gente tenía miedo de las dos. La oruga le dio la solución: “debemos cambiar, transformarnos”. Algún tiempo más tarde, la oruga se había convertido en mariposa, bonita, llena de gracia y color, que gozaba del cariño de todos. La serpiente había mudado solamente la piel, y la gente seguía asustándose de ella. Como respuesta a sus lamentos, la mariposa le explicó: tú has cambiado superficialmente; en cambio, yo tengo ahora una nueva existencia».

Para nosotros, esa nueva existencia viene de la fe en el Evangelio, en decidirnos a vivir en comunión íntima con la persona viva y concreta de Jesús. Como predicaba San Josemaría, “La Cuaresma ahora nos pone delante de estas preguntas fundamentales: ¿avanzo en mi fidelidad a Cristo?, ¿en deseos de santidad?, ¿en generosidad apostólica en mi vida diaria, en mi trabajo ordinario entre mis compañeros de profesión? Cada uno, sin ruido de palabras, que conteste a esas preguntas, y verá cómo es necesaria una nueva transformación, para que Cristo viva en nosotros, para que su imagen se refleje limpiamente en nuestra conducta” (Es Cristo que pasa, n. 58). Como la oruga, tenemos que cambiar de existencia, optar definitivamente por Jesús.

2. Benedicto XVI explicaba en una homilía el sentido de la Cuaresma: “Seguir a Jesús en el desierto cuaresmal es condición necesaria para participar en su Pascua, en su “éxodo”. Adán fue expulsado del Paraíso terrestre, símbolo de la comunión con Dios; ahora, para volver a esta comunión y por tanto a la vida verdadera, es necesario atravesar el desierto, la prueba de la fe. ¡No solos, sino con Jesús! Él – como siempre – nos ha precedido y ha vencido ya el combate contra el espíritu del mal. Este es el sentido de la Cuaresma, tiempo litúrgico que cada año nos invita a renovar la elección de seguir a Cristo por el camino de la humildad para participar en su victoria sobre el pecado y sobre la muerte”.

Atravesar el desierto, la prueba de la fe. Seguir a Jesús, acompañarlo estos cuarenta días: no solos, sino con Él. Renovar la elección de seguirlo, por el camino de la humildad, para participar en su victoria sobre el pecado. Tradicionalmente se enseñan tres prácticas cuaresmales: ayuno, oración, limosna (caridad). El Papa las enriquece con el sentido de la compañía de Jesús en el combate contra el espíritu del mal, contra el pecado personal.

El Evangelio de Mateo (9,14-17) se refiere a esa compañía de Jesús precisamente cuando reseña las críticas al Maestro porque sus discípulos no ayunaban: Entonces se le acercaron los discípulos de Juan para decirle: —¿Por qué nosotros y los fariseos ayunamos con frecuencia y, en cambio, tus discípulos no ayunan? Jesús les respondió: —¿Acaso pueden estar de duelo los amigos del esposo mientras el esposo está con ellos? Ya vendrá el día en que les será arrebatado el esposo; entonces, ya ayunarán.

San Agustín comentaba este pasaje diciendo que “ésta es la causa de que ayunemos antes de la solemnidad de la Pasión del Señor y de que abandonemos el ayuno durante los cincuenta días siguientes. Todo el que ayuna como es debido, o bien busca humillar su alma, desde una fe no fingida, con el gemido de la oración y la mortificación corporal, o bien deja de lado el placer carnal hasta pasar hambre y sed, porque movido por alguna carencia espiritual su mirada está puesta en el goce de la verdad y la sabiduría. De ambas clases de ayuno habló el Señor cuando le preguntaron por qué sus discípulos no ayunaban. Así pues, una vez que se nos ha quitado el esposo, nosotros, sus hijos, tenemos que llorar. Nuestro llanto es justo si ardemos en deseos de verle” (Sermón 210,4).

El Santo de Hipona nos ayuda a poner el sentido de la Cuaresma en la compañía de Jesús, camino del Calvario. Como él, procuramos humillar el alma con la oración y la mortificación; e intentamos imitarlo –levemente- con nuestras penitencias corporales (hambre, sed). Si bien critica –y citémoslo aquí, pues la Cuaresma no está reñida con la alegría- que “hay cristianos que observan la Cuaresma debido a un espíritu de sensualidad más bien que por religión y se dedican a buscar nuevos goces en lugar de mortificar sus antiguas codicias. A base de grandes gastos hacen provisión de toda clase de frutos y se esfuerzan en combinar los condimentos más variados y más exquisitos (...) También los hay que se abstienen del vino pero para reemplazarlo por bebidas que combinan con jugo de otras frutas". Podríamos decirles: “Vaya Cuaresma”. Entiendo que no es el caso de los que me escuchan.


3. Consideremos en esta meditación la importancia del ayuno, que es "penitencia gratísima a Dios" (Camino, 477). Cuenta D. Pedro Casciaro que, cuando San Josemaría escribía estas palabras, vivía generosos ayunos en medio de las penurias de la guerra: "En el Hotel Sabadell pagábamos cuatro pesetas por cama. No recuerdo cuánto cobraban por cada comida, pero el precio normal en cualquier modesto restorán de Burgos no era inferior a ocho pesetas. El Siervo de Dios organizaba las cosas para ir, al acercarse la hora de las comidas, a cumplir algunos encargos con un hijo suyo que solía ser algo distraído; le decía: tú ocúpate de esto y yo de esto otro, y ya nos veremos después de la comida. Luego, cuando los demás interrogábamos al Siervo de Dios, eludía la pregunta”.

Sabemos que la Conferencia Episcopal ayuda a concretar esas penitencias con la invitación a observar el ayuno y la abstinencia de carne el Miércoles de Ceniza y el Viernes Santo. Durante los Viernes de Cuaresma, nos anima a “cumplir el precepto de la abstinencia privándose de carne o de otro alimento habitual de especial agrado para la persona”.

Los santos enriquecen el sentido del ayuno, cuando enseñan que no solo se refiere a la privación de alimentos, práctica que sigue siendo bien importante en nuestros tiempos. Así, por ejemplo, enseña San León Magno que el ayuno “debe consistir mucho más en la privación de nuestros vicios que en la de los alimentos”. Viene a la mente el consejo que daba Juan Pablo II hace unos años: podríamos tener ayuno de Internet algunos días de la Cuaresma. Sé de algún joven norteamericano que ofrecía como penitencia cuaresmal no entrar a Facebook. Son ejemplos que no daban los Padres de la Iglesia por obvias razones, pero que hoy nos pueden ayudar bastante.

Y San Bernardo concreta más aún: “Ayunen los ojos de toda mirada curiosa... Ayunen los oídos, no atendiendo a las palabras vanas y a cuanto no sea necesario para la salud del alma... Ayune la lengua de la difamación y la murmuración, de las palabras vanas, inútiles... Ayune la mano de estar ociosa y de todas las obras que no sean mandadas. Pero ayune mucho más el alma misma de los vicios y pecados, y de imponer la propia voluntad y juicio. Pues, sin este ayuno, todos los demás son reprobados por Dios”.

Durante la Cuaresma podrá servirnos la contemplación de los dolores de María, como ejemplo y modelo de acompañar a Cristo en el desierto cuaresmal, de “convertirnos y creer en el Evangelio”. Podemos terminar con otro consejo de San Josemaría (Camino, 497): “Di: Madre mía -tuya, porque eres suyo por muchos títulos-, que tu amor me ate a la Cruz de tu Hijo: que no me falte la Fe, ni la valentía, ni la audacia, para cumplir la voluntad de nuestro Jesús”.

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