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Fe en la Resurrección


Para algunos canales de televisión, la Semana Santa es ocasión de exhibir todos los refritos religiosos, que tienen bastante acogida. Por eso, los días santos suele haber sobre-exposición de cuanto interrogante hay en nuestro ambiente actual: el canon de los evangelios, los evangelios apócrifos, María Magdalena, religiones comparadas, celibato sacerdotal, etc.

Recuerdo que un amigo sintió removidos los cimientos de su fe con algunos datos “reveladores” sobre tradiciones religiosas del Oriente Medio, parecidas a la judeo-cristiana. El alma le volvió al cuerpo cuando le dije que yo sabía de esas teorías, que las había estudiado y que formaban parte de nuestro acervo cultural. Por su gesto, parecía que pensara: ¡al menos no es ninguna sorpresa para la Iglesia Católica!

Quizá por eso, Benedicto XVI insistía en sus homilías y discursos pascuales sobre la naturaleza histórica de la Resurrección. Así, por ejemplo, explicaba en un mensaje Urbi et Orbi que una de las preguntas que más angustian la existencia del hombre es precisamente esta: ¿qué hay después de la muerte? Y respondía a este enigma afirmando que “la muerte no tiene la última palabra, porque al final es la Vida la que triunfa. Nuestra certeza no se basa en simples razonamientos humanos, sino en un dato histórico de fe: Jesucristo, crucificado y sepultado, ha resucitado con su cuerpo glorioso. Jesús ha resucitado para que también nosotros, creyendo en Él, podamos tener la vida eterna. Este anuncio está en el corazón del mensaje evangélico. San Pablo lo afirma con fuerza: «Si Cristo no ha resucitado, nuestra predicación carece de sentido y vuestra fe lo mismo». Y añade: «Si nuestra esperanza en Cristo acaba con esta vida, somos los hombres más desgraciados» (1 Co 15,14.19).

Por tanto, seguía diciendo Benedicto XVI, “la resurrección no es una teoría, sino una realidad histórica revelada por el Hombre Jesucristo mediante su «pascua», su «paso», que ha abierto una «nueva vía» entre la tierra y el Cielo (cf. Hb 10,20). No es un mito ni un sueño, no es una visión ni una utopía, no es una fábula, sino un acontecimiento único e irrepetible: Jesús de Nazaret, hijo de María, que en el crepúsculo del Viernes fue bajado de la cruz y sepultado, ha salido vencedor de la tumba. En efecto, al amanecer del primer día después del sábado, Pedro y Juan hallaron la tumba vacía. Magdalena y las otras mujeres encontraron a Jesús resucitado; lo reconocieron también los dos discípulos de Emaús en la fracción del pan; el Resucitado se apareció a los Apóstoles aquella tarde en el Cenáculo y luego a otros muchos discípulos en Galilea”.

Hace poco tiempo comenté este asunto a un grupo de amigos y un insigne historiador me respondió: “si la Resurrección no es histórica, no hay historia”. Y no se refería a la trascendencia del hecho, sino a que es uno de los eventos con mayor cantidad y fiabilidad de testimonios. Uno de ellos proviene de un escéptico. Y no me refiero a un filósofo de la decadencia griega, sino a uno de los apóstoles. 

Cuenta San Juan –uno de los primeros testigos oculares- que Tomás, uno de los doce, llamado Dídimo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Los otros discípulos le dijeron: — ¡Hemos visto al Señor! Pero él les respondió: —Si no le veo en las manos la marca de los clavos, y no meto mi dedo en esa marca de los clavos y meto mi mano en el costado, no creeré.

El escepticismo de Tomás nos ayuda a los creyentes de hoy, pues deja por el suelo la hipótesis de una alucinación colectiva o que los discípulos vieron lo que querían ver. No. Tomás dudó. Y apeló al método experimental: Si no le veo en las manos la marca de los clavos, y no meto mi dedo en esa marca de los clavos y meto mi mano en el costado, no creeré.

Por eso tiene tanto valor este pasaje. A los ocho días –sigue narrando san Juan-, estaban otra vez dentro sus discípulos y Tomás con ellos. Aunque estaban las puertas cerradas, vino Jesús, se presentó en medio y dijo: —La paz esté con vosotros. Después le dijo a Tomás: —Trae aquí tu dedo y mira mis manos, y trae tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo sino creyente. Respondió Tomás y le dijo: —¡Señor mío y Dios mío! Jesús contestó: —Porque me has visto has creído; bienaventurados los que sin haber visto hayan creído.

Comenta San Gregorio Magno: “La bondad de Dios actuó en este caso de un modo admirable, ya que aquel discípulo que había dudado, al palpar las heridas del cuerpo de su maestro, curó las heridas de nuestra incredulidad. Más provechosa fue para nuestra fe la incredulidad de Tomás que la fe de los otros discípulos, ya que, al ser él inducido a creer por el hecho de haber palpado, nuestra mente, libre de toda duda, es confirmada en la fe. De este modo, en efecto, aquel discípulo que dudó y que palpó se convirtió en testigo de la realidad de la resurrección”.

Este pasaje del Evangelio tiene el poder de hacernos pensar en cómo es nuestra fe, cuánto agradecemos ese don del Señor, cómo nos esforzamos por acrecentarla: con estudio del Catecismo y de su Compendio, con una oración más intensa, con la lucha por obrar en consecuencia con lo que creemos. Junto con este breve examen de conciencia, deberían surgir propósitos de mejora, de recomienzo en la lucha por ser fieles testigos del Señor resucitado.

Ser almas de fe. Cuenta Mons. Pélach, de sus tiempos como Obispo en los Andes peruanos, que "unos turistas en Machu Picchu observaron un obrero que pasaba con su carretilla de un cerro al otro, sobre un simple cable de acero. Con susto observaban al hombre que caminaba tranquilo y seguro de sí mismo. -¡Qué seguridad! exclamaron todos. El guía les preguntó: ¿Ustedes creen que aquel hombre va seguro? -Sí, claro; si no, ya se hubieran venido abajo él y la carretilla, contestaron.  -Esto es lo que esperaba escuchar de ustedes, porque ahora el obrero volverá a pasar por el cable, pero con uno de ustedes montado en la carretilla. ¿Quién se apunta?... Nadie se apuntó. "Creían" que iba seguro. Pero no se "fiaban". Dice Enrique Pélach: Yo tampoco me fiaría, pero "en la carretilla de Dios" sí me monto. Sé que puedo fiarme de Él". (En: Abancay. Rialp, Madrid 2005, 61).

A este propósito, San Josemaría comentaba: "Hemos de pensar si nuestra fe no es también escasa; si, a veces, no tenemos miedo de sentir la voz del enemigo de nuestra alma, que nos retrae de manifestar públicamente nuestra fe, diciéndonos que somos fanáticos. (…) Tened esta fe sobrenatural, sabed que moveremos montañas, que resucitaremos a los muertos, que daremos voz a las lenguas que no saben hablar... ¡Y eficacia de obras al cuerpo tullido! Saber eso y creer eso, estar seguros del Señor en cada momento concreto, no es fanatismo: es creer en Cristo resucitado, sin cuya Resurrección inanis est et fides vestra (1 Cor 15, 14), es vana nuestra fe".

Podemos concluir haciendo nuestra una oración del mismo autor: "Jesucristo resucitado: creemos en ti, te amamos, todo lo esperamos de ti, Cristo vencedor de la muerte. Concédenos la gracia de ser fieles y de dar fielmente testimonio de ti".

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