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Fe: “Señor, ayuda mi incredulidad”



En la base del cuadro de Rafael sobre la Transfiguración del Señor, aparece la escena que los evangelios sinópticos reseñan inmediatamente después: la curación del niño lunático. (Mt 17,14-20; Mc 9,14-29; Lc 9,37-40 Se trata de un muchacho poseído por un espíritu desde varios años atrás: le dan ataques, cae en el fuego o en el agua "muchas veces". Su padre lo lleva a los discípulos para que lo curen. ¡Es un drama!, toda la vida con la amenaza de la enfermedad. Pero los apóstoles tampoco fueron capaces de expulsar ese demonio. El Señor quiere enseñar la importancia de la fe y por eso muestra su desaprobación con lo que ha pasado: —¡Oh generación incrédula! ¿Hasta cuándo tendré que estar entre vosotros? ¿Hasta cuándo tendré que soportaros? Traédmelo.

Jesús conserva la calma, a pesar de que –en su presencia- sucede una nueva convulsión: En cuanto el espíritu vio a Jesús, hizo retorcerse al niño, que cayendo a tierra se revolcaba echando espumarajos. Nos enseña a estar tranquilos, a no confiar en nosotros mismos sino en la fuerza divina, a sabernos instrumentos suyos. Y pregunta al padre, para facilitar la apertura de su alma: — ¿Cuánto tiempo hace que le sucede esto? Le contestó: —Desde muy pequeño; y muchas veces lo ha arrojado al fuego y al agua, para acabar con él. Pero si algo puedes, compadécete de nosotros y ayúdanos.

Este es el punto clave: la falta de fe de aquél padre. Por eso Jesús recrimina, con un dicho que, en el griego original, viene a decir “¡Otro que dice si puedes…!” Y nos da una gran enseñanza: ¡Todo es posible para el que cree! Enseguida el padre del niño exclamó: — ¡Creo, Señor; ayuda mi incredulidad! Otra buena jaculatoria, para aumentar la fe… Cuando entró en casa le preguntaron sus discípulos a solas: — ¿Por qué nosotros no hemos podido expulsarlo?—Esta raza –les dijo– no puede ser expulsada por ningún medio, sino con la oración. También recrimina la fe de los apóstoles: no lo habían echado, por la poca fe. Para Dios nada es imposible, mucho menos nuestra propia santidad.

Como enseña Benedicto XVI (Spe salvi, nn 7-8), la fe es el fundamento del edificio espiritual. Comentando Heb 11, 1: « La fe es hypostasis de lo que se espera y prueba de lo que no se ve », el Papa afirma que “la fe no es solamente un tender de la persona hacia lo que ha de venir, y que está todavía totalmente ausente; la fe nos da algo. Nos da ya ahora algo de la realidad esperada, y esta realidad presente constituye para nosotros una « prueba » de lo que aún no se ve. (…) La fe otorga a la vida una base nueva, un nuevo fundamento sobre el que el hombre puede apoyarse, de tal manera que precisamente el fundamento habitual, la confianza en la renta material, queda relativizado”.

Podemos concluir con una consideración de San Josemaría (Forja, 235): Nos falta fe. El día en que vivamos esta virtud -confiando en Dios y en su Madre-, seremos valientes y leales. Dios, que es el Dios de siempre, obrará milagros por nuestras manos. -¡Dame, oh Jesús, esa fe, que de verdad deseo! Madre mía y Señora mía, María Santísima, ¡haz que yo crea!

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